Continuación de la entrevista al Cardenal Carlo Caffarra:
- El Cardenal Müller ha dicho que es terrible que los
católicos no conozcan la doctrina de la Iglesia y que esta carencia no puede
justificar la exigencia de adecuar la enseñanza católica al espíritu de nuestro
tiempo. ¿Se echa en falta una pastoral familiar?
Ha faltado esa pastoral. Es una gravísima responsabilidad de
nosotros los pastores reducir todo a los cursos prematrimoniales. ¿Y la
educación de la afectividad de los adolescentes, de los jóvenes? ¿Qué pastor de
almas habla hoy de castidad? Un silencio casi total, desde hace años, por lo
que yo conozco. Fijémonos en el acompañamiento de las parejas jóvenes: preguntémonos
si hemos anunciado de verdad el Evangelio del matrimonio, si lo hemos anunciado
como pidió Jesús. Y además, ¿por qué no nos preguntamos por qué los jóvenes ya
no se casan? No siempre es por razones económicas, como se suele decir. Hablo
de la situación en Occidente. Si se hace una comparación con los jóvenes que se
casaban hasta hace treinta años, las dificultades que tenían no eran menores de
las de hoy. Pero aquellos construían un proyecto, tenían una esperanza. Hoy
tienen miedo y el futuro da miedo; pero si hay una decisión que exige esperanza
en el futuro, es la decisión de casarse. Estas son las preguntas fundamentales,
hoy. Tengo la impresión de que si Cristo se presentase de pronto en una reunión
de sacerdotes, obispos y cardenales que discuten sobre todos los graves
problemas del matrimonio y la familia, y le preguntaran como hicieron los
fariseos: «Maestro, ¿pero el matrimonio es disoluble o indisoluble? ¿O en
algunos casos, después de una debida penitencia...?». ¿Qué respondería Jesús?
Pienso que la misma respuesta que dio a los fariseos: «Mirad al «Principio».
El hecho es que ahora se quieren curar los síntomas sin
afrontar seriamente la enfermedad. El Sínodo, por tanto, no podrá evitar tomar
posición frente a este dilema: la forma en que se está modificando la
morfología del matrimonio y de la familia es positivo para la persona, para sus
relaciones y para la sociedad, o más bien lleva a la decadencia de la persona,
de sus relaciones, lo que puede tener efectos devastadores sobre toda una
civilización? El Sínodo no puede evitar esta pregunta.
- Se habla de la posibilidad de readmitir a la Eucaristía
a los divorciados vueltos a casar. Una de las soluciones propuestas por el
Cardenal Kasper toma en consideración un período de penitencia que lleve al
pleno acercamiento. ¿Es una necesidad ya ineludible o es una adecuación de la
enseñanza cristiana según las circunstancias?
Quien hace esa hipótesis, al menos hasta ahora no ha
respondido a una pregunta muy sencilla: ¿qué pasa con el primer matrimonio rato
y consumado? Si la Iglesia admite a la Eucaristía, debe dar en cualquier caso
un juicio de legitimidad de la segunda unión. Es lógico. Pero los Papas siempre
han enseñado que la potestad del Papa no alcanza a esto: sobre el matrimonio
rato y consumado el Papa no tiene ningún poder. La solución que se ha propuesto
lleva a pensar que permanece el primer matrimonio, pero hay también una segunda
forma de convivencia que la Iglesia legitima. En consecuencia, hay un ejercicio
de la sexualidad humana extraconyugal que la Iglesia considera legítimo. Pero
con esto se niega la columna que sostiene la doctrina de la Iglesia sobre la
sexualidad. Y entonces uno podría preguntarse: ¿y por qué no se aprueban las
uniones de hecho? ¿Y por qué no las relaciones entre homosexuales? La pregunta
de fondo es por tanto sencilla: ¿qué pasa con el primer matrimonio? Pero nadie
responde. Juan Pablo II decía en el año 2000 en una alocución a la Rota que «se
deduce claramente que el Magisterio de la Iglesia enseña la no extensión de la
potestad del Romano Pontífice a los matrimonios sacramentales ratos y
consumados como doctrina que se ha de considerar definitiva, aunque no haya
sido declarada de forma solemne mediante un acto de definición». La fórmula es
técnica, «doctrina que se ha de considerar definitiva» y quiere decir que sobre
esto no se admite la discusión entre los teólogos y la duda entre los fieles.
- Entonces, ¿no es una cuestión sólo de praxis, sino
también de doctrina?
Sí, en esto se toca la doctrina. Inevitablemente. Se puede
decir que no se hace, pero se hace. Y no sólo eso. Se introduce una costumbre
que con el tiempo asienta esta idea en el pueblo, no solo cristiano: no existe
ningún matrimonio absolutamente indisoluble. Y esto ciertamente va contra la
voluntad del Señor. No hay ninguna duda sobre esto.
- ¿Pero no existe el riesgo de considerar el sacramento
solo como una especie de barrera disciplinar y no como un medio de curación?
Es verdad que la gracia del sacramento también sana, pero
conviene ver en qué sentido. La gracia del matrimonio sana porque libra al
hombre y a la mujer de su incapacidad de amarse para siempre con toda la
plenitud de su ser. Esta es la medicina del matrimonio: la capacidad de amarse
para siempre. (...). La indisolubilidad matrimonial es un don que hace Cristo
al hombre y a la mujer que se casan en Él. Es un don, no es ante todo una norma
que viene impuesta. No es un ideal al que deben intentar llegar. Es un don y
Dios no se arrepiente nunca de sus dones. Por eso Jesús, respondiendo a los
fariseos, basa su respuesta revolucionaria en un acto divino: «Lo que Dios ha
unido», dice Jesús. Es Dios quien une, de lo contrario el carácter definitivo
sería solo un deseo que es natural pero imposible de hacerse realidad. Dios
mismo lo cumple. El hombre puede también decidir no usar esta capacidad de amar
definitivamente y totalmente. (...) El matrimonio, el sacramento del matrimonio
produce inmediatamente un vínculo que ya no depende de la voluntad de los
cónyuges, porque es un don que Dios les ha hecho. Estas cosas hoy no se dicen a
los jóvenes que se casan. Y luego nos asombramos de que suceda lo que sucede.
Cardenal Carlo Caffarra
- Se ha iniciado un debate apasionado sobre el sentido de
la misericordia. ¿Qué valor tiene esta palabra?
Tomemos la página de Jesús y la adúltera. Para la mujer
descubierta en adulterio, la ley de Moisés era clara: debía ser lapidada. Los
fariseos en efecto preguntan a Jesús qué piensa sobre esto (...). Si hubiera
dicho «lapidadla», enseguida habrían afirmado «ya veis, predica la misericordia,
come con los pecadores, y a la hora de la verdad también dice que hay que
lapidarla». Si hubiera respondido «no debéis lapidarla», habrían dicho «a esto
lleva la misericordia, a destruir la ley y todos los vínculos jurídicos y
morales». Esta es la típica perspectiva de la moral casuística, que te lleva
inevitablemente a un callejón al final del cual está el dilema entre la persona
y la ley. Los fariseos querían llevar al Señor a ese callejón. Pero Él sale
totalmente de esa perspectiva, y dice que el adulterio es una gran mal que
destruye la verdad de la persona humana que traiciona. Y precisamente porque es
un gran mal, Jesús, para quitarlo, no destruye a la persona que lo ha cometido,
sino que la cura de este mal y le recomienda que no vuelva a caer en él.
«Tampoco yo te condeno, vete y no peques más». Esta es la misericordia de la
que solo el Señor es capaz. Esta es la misericordia que la Iglesia anuncia
desde siempre. La Iglesia debe decir qué es lo que está mal. Ha recibido de
Jesús el poder de curar, pero en las mismas condiciones. Es verdad que el
perdón siempre es posible: lo es para el asesino, lo es también para el
adúltero. Era una dificultad que planteaban los fieles a San Agustín: se
perdona el homicidio, pero la víctima no resucita. ¿Por qué no perdonar el
divorcio, este estado de vida, el nuevo matrimonio, cuando ya no es posible que
el primero «reviva»? Pero es algo completamente diferente. En el homicidio se
perdona a una persona que ha odiado a otra hasta matarla físicamente, y se pide
el arrepentimiento de esto. (...) En el caso del divorciado vuelto a casar, la
Iglesia dice: «este es el mal, el rechazo del don de Dios, la voluntad de
despreciar el vínculo puesto por el mismo Señor».
La Iglesia perdona, pero con la condición de que haya arrepentimiento.
Pero el arrepentimiento significa volver al primer matrimonio. No es serio
decir: estoy arrepentido pero permanezco en la misma situación que constituye
la ruptura del vínculo de la cual me arrepiento. A menudo –se dice- no es
posible. Hay muchas circunstancias, es cierto, pero en esas condiciones la
persona está en un estado de vida objetivamente contrario al don de Dios.. La
Familiaris
Consortio lo dice explícitamente su estado y situación de vida
contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia,
significada y actualizada en la Eucaristía» (
FC
84). La misericordia de la Iglesia es la de Jesús, la que dice que ha sido
desfigurada la dignidad del esposo, el rechazo del don de Dios. La misericordia
no dice: «Paciencia, intentemos poner remedio como podamos». Esta es la
tolerancia, esencialmente diversa de la misericordia. La tolerancia deja las
cosas como están por razones superiores. La misericordia es el poder de Dios,
que saca del estado de injusticia.
- Uno de los temas más citados por quien desea una
apertura de la Iglesia a las personas que se encuentran en situaciones
irregulares es decir que la fe es una, pero los modos para aplicarla a las
circunstancias particulares se deben amoldar a los tiempos, como ha hecho
siempre la Iglesia. ¿Qué piensa usted?
¿Puede limitarse la Iglesia a ir allí donde la lleven los
procesos históricos como si fueran derivaciones naturales? ¿En esto consiste
anunciar el Evangelio? Yo no lo creo, porque en ese caso me pregunto como se
hará para salvar al hombre. Le cuento un episodio. Una esposa todavía joven,
abandonada por su marido, me dice que vive la castidad pero le cuesta un
esfuerzo terrible. Porque, dice, «no soy una monja, sino una mujer normal».
Pero me dice que no podría vivir sin la Eucaristía. Y por eso también el peso
de la castidad es ligero, porque piensa en la Eucaristía. Otro caso. Una señora
con cuatro hijos ha sido abandonada por su marido después de veinte años de
matrimonio. La señora me dice que en aquel momento ha entendido que debía amar
a su marido en la cruz, «como Jesús ha hecho conmigo». ¿Por qué no se habla de
estas maravillas de la gracia de Dios? ¿Estas dos mujeres no se han amoldado a
los tiempos? Ciertamente no se han amoldado a los tiempos. Le aseguro que me
causa una gran pena comprobar el silencio, en estas semanas de discusión, sobre
la grandeza de las esposas y esposos que, abandonados, permanecen fieles. (...)
Cuántos párrocos y obispos podrían contar episodios de
fidelidad heroica. Después de un par de años de estar aquí en Bolonia, quise
reunir a los divorciados vueltos a casar. Eran más de trescientas parejas.
Hemos estado juntos toda una tarde de domingo. Al final, más de uno me dijo que
había entendido que la Iglesia es verdaderamente madre cuando impide recibir la
eucaristía. No pudiendo recibir la eucaristía, comprenden qué grande es el
matrimonio cristiano, y que hermoso es el Evangelio del matrimonio.