jueves, 16 de julio de 2020
Iglesias culminan protocolos para reabrir sus templos
La Iglesia Católica Colombiana pendiente de la autorización para la reapertura de los templos.
La Voz de Dios y la del Maligno, Cómo Distinguirlas - Papa Francisco
Su Santidad, el Papa Francisco, nos enseña como distinguir entre la voz de Dios y la del maligno. La voz de Dios nos corrige, nos ama y tiene un horizonte. La voz del maligno quiere que nos concentremos en los temores del futuro. Dios nos ubica en el presente, nos anima y acompaña.
Tres malentendidos sobre el misterio de María
Cristo es el centro y María ocupa un papel importante.
Por: Ismael González, LC | Fuente: Catholic.net
Por: Ismael González, LC | Fuente: Catholic.net
Hace unos cinco años, en Caracas, conversaba sobre la Virgen María con una señora catequista. Ella se lamentaba de que María fuera un gran obstáculo para el diálogo entre los católicos y los protestantes. Cierto, yo no podía negar esta dificultad. Cuántas acusaciones de este estilo: los católicos son unos idólatras de la Virgen, se olvidan de la centralidad de Jesucristo, han inventado cosas que no están en la Biblia… Y lo peor es que a veces algunos católicos se acomplejan y en aras de un falso diálogo minusvaloran la devoción a nuestra Madre santísima.
La dificultad existe y por eso vamos a reflexionar
para despejar algunos posibles malentendidos sobre el misterio de
María en el conjunto de nuestra fe.
Siempre me han parecido contundentes las siguientes palabras
del Papa san Pablo VI: «Si queremos ser cristianos, debemos ser marianos,
es decir, debemos reconocer la relación esencial, vital y providencial que une
a la Virgen con Jesús y que nos abre la vía que conduce a Él» (Homilía
del 24 de abril de 1970 en la Misa en el Santuario de Bonaria, Cagliari).
El mismo Papa Pablo VI escribió en 1974 la exhortación
apostólica Marialis cultus, sobre la recta ordenación y
desarrollo del culto a la Santísima Virgen María. En ella aclaraba diversos
aspectos sin dejar de afirmar con claridad que «la piedad de la Iglesia
hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano» (Maralis
cultus, n. 56).
Estas afirmaciones en absoluto menoscaban la centralidad de
Cristo. Sí, Cristo es el centro de nuestra fe y junto a Él su Madre
ocupa un papel muy importante. De manera que una auténtica piedad cristiana
no puede ignorar ni menospreciar el culto mariano. Expliquemos algo más esta
cuestión afrontando tres de las objeciones más comunes.
1. Veneramos a María, no la adoramos
Los católicos adoramos única y exclusivamente a Dios. Profesamos esta verdad fundamental desde las primeras palabras del Credo («Creo en un solo Dios») y la asumimos como el primero de los mandamientos en el que todos se resumen («Amarás a Dios sobre todas las cosas»).
Los católicos adoramos única y exclusivamente a Dios. Profesamos esta verdad fundamental desde las primeras palabras del Credo («Creo en un solo Dios») y la asumimos como el primero de los mandamientos en el que todos se resumen («Amarás a Dios sobre todas las cosas»).
A María la veneramos, es decir, la honramos
de manera especial. Venerar es «respetar en sumo grado a alguien por su
santidad, dignidad o grandes virtudes, o a algo por lo que representa o
recuerda» (RAE, Diccionario de la lengua española). Esto es
lo que hacemos cuando en el ámbito familiar o civil recordamos con estima a
algunos de nuestros antepasados o personajes de la patria.
Solo a Dios tributamos un culto de adoración. En cambio, a
los ángeles y santos les tributamos un culto de veneración,
pues su ejemplo nos estimula y su intercesión nos ayuda para amar más a
Dios y adorarlo mejor; muy por encima de todos ellos sobresale el ejemplo
de María –ella no es santa, es santísima– y por eso la
veneramos todavía más. En la teología estos tipos de culto reciben el nombre
respectivo de culto de latría, culto de dulía y culto de hiperdulía.
2. A Jesús por María
Este adagio es también conocido por su formulación en latín: Ad Iesum per Mariam. Se ha difundido gracias a san Luis María Grignon de Monfort (1673-1716), un sacerdote francés que a inicios del siglo XVIII escribió el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen. En este tratado san Luis María propone la consagración a Jesús por medio de María y llega a decir que esta devoción es «el camino más fácil, corto, seguro y perfecto para llegar a Jesucristo».
Este adagio es también conocido por su formulación en latín: Ad Iesum per Mariam. Se ha difundido gracias a san Luis María Grignon de Monfort (1673-1716), un sacerdote francés que a inicios del siglo XVIII escribió el Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen. En este tratado san Luis María propone la consagración a Jesús por medio de María y llega a decir que esta devoción es «el camino más fácil, corto, seguro y perfecto para llegar a Jesucristo».
Todo esto está en sintonía con la tradición de la Iglesia y
deriva de la honda compenetración entre Jesús y María. La auténtica
espiritualidad cristiana nunca ha visto a María como un fin en sí misma. El
fin es Cristo y María es un medio privilegiado. Las dudas al respecto son
legítimas y el mismo san Juan Pablo II las albergó en su
juventud:
«A mí personalmente, en los años de mi juventud, me ayudó
mucho la lectura de este libro, en el que “encontré la respuesta a mis
dudas”, debidas al temor de que el culto a María, “si se hace excesivo,
acaba por comprometer la supremacía del culto debido a Cristo” (Don y misterio,
BAC 1996, p. 43). Bajo la guía sabia de san Luis María comprendí que, si
se vive el misterio de María en Cristo, ese peligro no existe» (Carta de
Juan Pablo II a la familia monfortiana, 8 de diciembre de 2003).
De hecho, el Catecismo de la Iglesia Católica expresa
muy bien que «lo que la fe católica cree acerca de María se funda en lo
que cree acerca de Cristo, pero lo que enseña sobre María ilumina a su vez la
fe en Cristo» (n. 487) Todo el misterio de la Virgen María dimana de
Cristo y hacia Él tiende. Y también es verdad que quien encuentra a Jesucristo
tal como es, Dios encarnado, «nacido de mujer» (cf. Carta a los Gálatas 4,
4), no puede dejar de considerar a esa mujer predilecta y escogida por Dios.
3. Presencia de María en la Biblia
En la Sagrada Escritura sí hay unas cuantas referencias a María, pocas pero sustanciales. El Magisterio de la Iglesia reconoce con claridad el sentido mariológico de los siguientes dos pasajes del Antiguo Testamento:
En la Sagrada Escritura sí hay unas cuantas referencias a María, pocas pero sustanciales. El Magisterio de la Iglesia reconoce con claridad el sentido mariológico de los siguientes dos pasajes del Antiguo Testamento:
«El Señor Dios dijo a la serpiente: “Por haber hecho eso,
maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás
sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre
ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la
cabeza cuando tú la hieras en el talón”» (Génesis 3, 14-15).
«Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad:
la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel»
(Isaías 7, 14).
Estos pasajes son dos profecías muy importantes de
la historia de la salvación. En ambos hoy se reconoce tanto el sentido
mesiánico como el mariológico. Ya en la preparación remota de nuestra redención
se atisba el ligamen profundo entre Cristo y María.
En el Nuevo Testamento son diversos los
pasajes donde se habla de la Virgen María. Son muy significativas, entre otras,
las narraciones del nacimiento e infancia de Jesús (cf. Mateo 1-2, Lucas 1-2),
la presencia de María al pie de la cruz (cf. Juan 19,
25-27) o su apoyo orante a la primera comunidad de la Iglesia (cf. Hechos
de los Apóstoles 1, 14).
Resalta de modo singular el episodio de la
anunciación del arcángel Gabriel y la encarnación del Verbo en el seno de María (cf. Lucas 1,
26-38). Aquí se basan nuestras oraciones marianas tan arraigadas (avemaría, ángelus y rosario),
devociones que por supuesto sí son bíblicas.
Conclusión
Es mucho más lo que se podría decir de la Santísima Virgen María. Con razón decía san Bernardo (1090-1153) que «de María nunca se hablará suficiente» (de Maria nunquam satis). Dejo estas pistas con la finalidad de ayudar a apreciar un poco mejor uno de los misterios más dulces y consoladores de nuestra fe católica.
Es mucho más lo que se podría decir de la Santísima Virgen María. Con razón decía san Bernardo (1090-1153) que «de María nunca se hablará suficiente» (de Maria nunquam satis). Dejo estas pistas con la finalidad de ayudar a apreciar un poco mejor uno de los misterios más dulces y consoladores de nuestra fe católica.
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