Esta es una pregunta que algunos católicos alejados se hacen
cuando se enteran que existen Pequeñas Comunidades de fieles cristianos, que se
reúnen periódicamente en sus casas. Y la pregunta inicial suscita otras no menos
importantes: ¿Qué razones se pueden tener para congregarse con otras personas
alrededor de experiencias de fe? ¿Porqué no vivir mi fe de manera individual y
aislada de los demás?
Para quienes el Señor nos ha permitido hacer parte de una
Pequeña Comunidad la respuesta no se hace esperar. Ciertamente muchos Santos de
nuestra Iglesia han alcanzado buena parte de su santidad en la vida eremítica,
es decir, renunciando a la vida en sociedad y retirándose a la soledad del
campo para practicar la meditación, la oración y la penitencia. Algo muy
exigente y de muy alto mérito espiritual. Ejemplos de esta opción son San
Francisco de Asís, fundador de la orden Franciscana, la Orden de las Clarisas
(conjuntamente con su hermana Clara de Asís), y la Orden Tercera de la
Penitencia. O bien, San Antonio abad, anacoreta egipcio y amante de la vida
monástica. Igualmente, San Benito abad, fundador de la Orden Benedictina, quien
llegó a fundar 12 monasterios con 12 monjes cada uno.
Pero cuando nos tomamos en serio nuestra relación con Dios,
esta opción de formación y crecimiento individual es algo muy riguroso y
estricto. El camino de la virtud está salpicado de caídas, de pruebas
reiteradas y de la necesidad de vencer el desánimo y aridez de los momentos de
duda y de debilidad, tan factibles para
todo ser humano. Es como hacer un viaje solo en medio de la tormenta y los
momentos de oscuridad. Allí el propósito de persistir puede tambalear y
hacernos abandonar los mejores propósitos. Algo muy diferente es emprender ese
mismo viaje acompañado de otro u otros que compartan el mismo interés. Cada uno
podrá ser soporte para el otro y entre todos se animarán para superar los
escollos que se presenten.
Esa es una de las principales ventajas de la vida en Pequeña
Comunidad, en la cual regularmente entre 8 a 12 personas caminan unidos en un
propósito común: la construcción de un modelo de vida corporativo –inspirado en
los Santos Apóstoles- que animados por el Espíritu Santo, puedan aprender a
vivir los valores del Evangelio y vivir como auténticos discípulos y misioneros
de Cristo.
Por ello, el Documento Conclusivo de Aparecida (V
Conferencia del Episcopado Latinoamericano) expresa de las Pequeñas
Comunidades:
“Ellas son un ámbito
propicio para escuchar la Palabra de Dios, para vivir la fraternidad, para
animar en la oración, para profundizar procesos de formación en la fe y para
fortalecer el exigente compromiso de ser apóstoles en la sociedad de hoy. Ellas
son lugares de experiencia cristiana y evangelización que, en medio de la
situación cultural que nos afecta, secularizada y hostil a la Iglesia, se hacen
todavía mucho más necesarias” DA-308.
Los miembros de la Pequeña Comunidad se reúnen una vez a la
semana, en forma rotatoria en cada una de sus casas, por un espacio de hora y media a dos horas
máximo, para un encuentro fraterno en el que se hace y se viven 5 momentos
esenciales: 1. Oración y alabanza (incluye oración al Espíritu Santo y acto
penitencial). 2. Lectura y discernimiento de la Palabra. 3. Edificación
Espiritual iluminada por la Palabra y el compartir testimonios de vida en fe y
solidaridad. 4. Catequesis como expresión de formación en aspectos de fe y
doctrinarios, para dar mejor razón de nuestra esperanza, y 5. Oración comunitaria de unos por otros, que
concluye con un ágape sencillo alrededor de una taza de café o una aromática.
La integración a la Pequeña Comunidad nos vincula a una
nueva familia: la de los hijos de un mismo Padre, en la que sin importar
diferencias de toda índole (raza, ocupación, nivel económico o lugar de
vivienda) somos todos iguales y aprendemos a amarnos bajo una perspectiva
diferente como hermanos en la fe. Por esta razón caminar en una Pequeña
Comunidad es una experiencia de solidaridad, de apoyo mutuo y de aprendizaje
continuo. Hoy ocurre realmente en nuestras comunidades, igual que se describe
en Hechos de los Apóstoles, que quienes nos observan dicen: “Mírenlos cómo se aman!”.
Naturalmente en las Pequeñas Comunidades también hay
dificultades, pues están integradas por seres humanos que luchan por superar
sus debilidades y las ocasiones de pecado que a todos nos afectan en cualquier
instante. Pero indiscutiblemente la Pequeña Comunidad es fuente de vida en el
mejor de los sentidos: vida en Cristo Jesús! Allí no estamos solos.
“Pues todo lo que
queda manifiesto es luz. Por eso se dice: Despierta
tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo!
Así pues, mirad atentamente cómo vivís; no seáis necios sino sabios;
aprovechando bien la ocasión, porque los días son malos. Por tanto no seáis
insensatos, sino comprended cuál es la voluntad del Señor.”
Bogotá - Colombia