Dijo el Señor a Santa Faustina: rezarás esta corona de la siguiente forma. Primero dirás un Padrenuestro, un Ave María y un Credo. Después, en las cuentas del rosario, correspondientes al Padrenuestro, dirás las siguientes palabras:
“Padre eterno, te ofrezco el cuerpo y la sangre, el alma y
la divinidad de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, en propiciación de
nuestros pecados y los del mundo entero”.
En las cuentas pequeñas:
V: Por su dolorosa pasión
R: Ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
Al finalizar, rezarás 3 veces:
“Santo Dios, Santo Fuerte, Santo inmortal, ten piedad de
nosotros y del mundo entero”.
Rezar al término de la corona de la Divina Misericordia esta
oración:
“Señor Dios, que desde lo alto del cielo nos miras y ves
nuestra miseria material y espiritual. Tú que eres Justicia, Sabiduría, Bondad
infinita, protégenos a nosotros pobres pecadores, de todos los males y, en
especial, de aquellos del espíritu. Ten piedad, Padre de Misericordia, de todos
tus hijos que hemos pecado y seguimos pecando. Delante de Ti, te invocamos
Padre nuestro, para que tu misericordia baje sobre nosotros, nuestras familias
y sobre todo el mundo creyente. Amén”.
Oración al Señor de la Misericordia
De nuevo aquí me tienes, Jesús mío, confuso y humillado ante
tu altar. Sin saber qué decirte ni qué hablarte. Ansioso solamente de llorar.
Vengo del mundo, vengo del combate, cansado de sufrir y de luchar. Traigo el
alma llena de tristezas y hambriento el corazón de soledad. De esa soledad
dulce, divina, que alegra tu presencia celestial. Donde el alma tan sólo con
mirarte, te dice lo que quiere sin hablar. Mis miserias Señor aquí me traen.
Mírame con ojos de piedad. Soy el mismo de siempre, Dueño mío, un abismo
infinito de maldad, un triste pecador siempre caído, que llora desconsolado su
orfandad, y gime bajo el peso de sus culpas y ansía recobrar su libertad. Soy
un alma sedienta de ventura, un corazón que muere por amar y abrazarse en la
llama inextinguible del fuego de tu eterna caridad. Concédeme Señor, que a ti me
acerque, permite que tus pies llegue a besar. Déjame que los riegue con mi llanto
y sacie, en ellos, mi ardoroso afán. ¡Oh que bien se está aquí mi Dueño amado!,
ante las gradas de tu Santo Altar. Bebiendo de la fuente de agua viva, que
brota de tu pecho sin cesar. Quien pudiera vivir eternamente, en aquella divina
soledad, gozando de tu amor y tu hermosura, en un éxtasis dulcísimo de paz.
Amén.