Siendo el amor un sentimiento tan puro y tan noble al que
nadie puede sustraerse como una necesidad básica, ¿por qué es tan difícil amar
a los demás? ¿Quién podría afirmar de manera creíble que no necesita ser amado
por alguien o por los demás?
¿Qué le sucede a un bebé cuando después de nacer no recibe
el contacto físico y amoroso de su madre? Sabemos bien que primero su salud emocional
sufre y que luego su salud física se deteriora.
¿Qué le sucede a un joven cuando al ir a estudiar a su
colegio, recibe trato distante, despectivo y falto de afecto? Sabemos que su
autoestima sufre y que al menos que haga algo para superar estas barreras, su
salud psicológica hará que su cuerpo somatice con efectos como estrés, vómito, gastritis
y otras reacciones similares.
¿Qué le ocurre a cualquiera de nosotros, cuando en nuestro
ambiente cotidiano de trabajo, nos sentimos no tomados en cuenta como persona
en nuestras ideas, actos y emociones? Sabemos que esto genera desmotivación, en
algunos casos agresividad, en otros, depresión y en el más pequeño de los
efectos posibles, tensión y estrés!
Y eso que en estos ejemplos no hemos tocado el ambiente del
hogar, porque allí un desamor o una falta de afecto es un desastre! Los seres
humanos por la manera como el Creador nos ha hecho (alma + cuerpo +
inteligencia + espíritu) no concebimos vivir la vida sin recibir afecto, lo que
necesariamente implica, dar afecto! Pues si no damos.. tampoco recibiremos. Es
un alimento indispensable para nuestra vida en comunidad.
Regresamos a la pregunta inicial ¿por qué entonces es tan difícil
dar afecto a los demás?
Hoy, en el Evangelio según San Juan 13, 34-35 Jesús nos
dice: Os doy un mandamiento nuevo: que os
améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros
los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis
amor los unos a los otros.
¡Qué tan lejos estamos de vivir este mandamiento! ¿Cómo
llegar a crecer en el afecto en nuestra relación con los demás? El Papa
Francisco nos da una clave para este propósito: el SERVICIO. Sí, el punto de
partida puede ser el servicio, nacido de una convicción según la cual todos
somos hijos del mismo Padre y hermanos en Cristo (¿difícil para los escépticos
o los no conversos?). Dice nuestro querido Francisco: El poder de la Iglesia debe ser el servicio. Si la Iglesia como
cuerpo místico de Cristo la integramos todos, incluso Ud. apreciado(a)
lector(a), pues la práctica de servirnos unos a otros, de manera desinteresada
y solidaria, es construir el fermento inicial del afecto, del acercamiento
humano y confiado entre todos nosotros. ¿No siente Ud. afecto, en algún grado,
por aquellos que le prestan un servicio, una ayuda o un apoyo en algún momento?
Evidentemente que sí. De igual manera, Ud. despierta simpatías, afectos y
acercamiento en aquellas personas a las que les presta u ofrece algún servicio
o colaboración. Así las cosas, la práctica del servicio entre las personas,
puede ser la antesala del afecto genuino, nacido de la solidaridad, del
acompañamiento y de mostrar interés por las necesidades de los demás!
Es muy difícil llegar a sentir algún afecto por aquel vecino
o vecina de su edificio o de su barrio, con el cual Ud. se cruza en cualquier
lugar.. sin siquiera mirarlo a la cara y darle un saludo. Por lo contrario, es
más factible llegar a “apreciar” o tenerle afecto a aquellos con quienes nos
reconocemos como personas, a partir de un saludo, de un servicio ofrecido en
cualquier circunstancia, o de un trato periódico. Un desestimulo adicional a la relaciones de
afecto entre las personas lo constituyen el uso permanente de aparatos
tecnológicos como los iPad y los iPhon, que han debilitado las comunicaciones
de carácter personal entre todos nosotros. Nadie discutiría sus beneficios en
términos de intercambio ágil de información, pero letales en el crecimiento de
las relaciones humanas.
Servir a los demás como una actitud permanente de nuestra
parte, puede ser un buen comienzo para llegar a construir sanos afectos de
colaboración y apoyo entre todos nosotros. Ciertamente en general estamos lejos
de vivir lo que describe Hechos 4. 32-37, pero no imposibilitados de acercarnos
en alguna medida a ese modo de vida. Jesús no nos planteó un imposible cuando
nos señaló Os doy un mandamiento nuevo:
que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis
también vosotros los unos a los otros.
Si realmente creemos en Jesús y deseamos cumplir su
Voluntad, tenemos que introducir –así sea poco a poco- cambios en nuestras
actitudes hacia los demás, para llegar a crecer en el afecto y más adelante dar
un testimonio de nuestra conversión en términos de darnos a los demás a través
del amor. No es un imposible. Es dejar actuar a Cristo que habita en nosotros y
que no nos damos por enterados de su Presencia silenciosa en nuestro cuerpo y
espíritu. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo
en vosotros. El que tiene mis
mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de
mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él. (Juan 14, 20-21).