En el Evangelio de hoy (Mateo
12, 48-50) Jesús nos explica lo que significa ser Hijos de Dios y Hermanos en
Jesucristo, cuando dice: Pero Él
respondió al que se lo decía: ”¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?”
Y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: “Estos son mi madre y mis
hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre de los cielos, ése es
mi hermano, mi hermana o mi madre”.
Es decir, los lazos del
parentesco carnal quedan pospuestos a los del parentesco espiritual.
Naturalmente Él conocía quienes eran sus familiares, pero quería clarificar que
pertenecer a la familia de Dios no tiene nada que ver con el parentesco
sanguíneo.
En todos los tiempos
posteriores muchos cristianos se han preguntado: ¿Cuál es la Voluntad de Dios
para sus creaturas? Y seguidamente hemos escuchado una gran variedad de
respuestas, que frecuentemente hacen parte de la solución a este interrogante.
Consultando el Catecismo de la Iglesia Católica, compendio de nuestra doctrina,
encontramos en el numeral 2822 la siguiente respuesta:
“La voluntad de nuestro Padre es que todos los hombres
se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. En la Primera Carta de San Pablo a Timoteo, capítulo
2, versículos 3 y 4, refiriéndose a la importancia de la oración, nos dice: “Esto es bueno y agrada a Dios nuestro
Salvador, pues Él quiere que todos se salven y lleguen a conocer la verdad”.
Él usa de su paciencia no queriendo que algunos perezcan (2 Pedro 3,9). Su
mandamiento de que “nos amemos unos a los otros como ÉL nos ha amado”, resume
todos los demás mandamientos.
La vida de Jesús fue una
pedagogía permanente de la obediencia al Padre. Por esta razón dijo de sí
mismo: “He aquí que yo vengo, oh Dios, a
hacer tu Voluntad”(Hb 10,7). Jesús dijo:
“Yo hago siempre lo que le
agrada a Él” -el subrayado es nuestro- en Juan 8,29. En su agonía acoge
totalmente esta Voluntad: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”(Lc 22,
42).
Dice el numeral 2824 que
Jesús “se entregó a sí mismo por nuestros
pecados, según la Voluntad de Dios.”(Ga 1,4). “Y en virtud de esta Voluntad
somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de
Jesucristo” (Heb 10, 10).
Prosigue el Catecismo en el
numeral 2825: “Con cuanta más razón la
debemos experimentar nosotros, creaturas y pecadores, que hemos llegado a ser
hijos de adopción en Él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la
de su Hijo para cumplir su Voluntad, su designio de salvación para la vida del
mundo”.
¿Por qué nos cuesta tanto
hacer la Voluntad del Señor? Parte de la explicación a esta pregunta radica en
que los seres humanos queremos hacer todo lo que nos proponemos o se nos
antoja, confiados y basados en nuestra propia voluntad, prescindiendo de toda
ayuda o soporte diferente a nosotros mismos. Se nos ha formado desde pequeños a
“valernos solo de nosotros mismos, de nuestras propias fuerzas, de nuestros
criterios –ciertos o no- creyendo que
somos amos y señores de nuestro propio destino. Y esto último usualmente es
recibido por el mundo como una verdad inobjetable. Todas las prácticas
hogareñas para hacernos independiente, con “vuelo propio”, aventureros y
arriesgados – todo un modelo del hombre contemporáneo- que a la luz de la fe y
la doctrina tiene un discernimiento diferente.
El numeral 2825, igualmente
nos anuncia: “Nosotros somos radicalmente
impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo,
podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo
siempre ha escogido: hacer lo que le agrada al Padre (Jn 8, 29).
Es igualmente importante
reflexionar lo que nos anuncia San Juan, 9, 31: “Si alguno cumple la Voluntad de Dios, a ese le escucha (Jn 9, 31).
Es decir, conocer y cumplir
la Voluntad de Dios es el verdadero medio del cristiano para recorrer
exitosamente el camino de la salvación. ¿Cómo
no dejarse alejar de esta misión?
Así las cosas, la vida en
Pequeña Comunidad es una preparación para la Misión, en medida en que nos
prepara en el conocimiento de la fe, en la vivencia de la Palabra y en agradar
al Padre.
Escrito por:Héctor Enrique León
Laico comprometido