Los miembros
de una comunidad cristiana católica deben tener muy claro lo que quieren hacer
y a quienes quieren servir. La oración o comunión con el Padre, presencia,
encuentro y servicio son necesarias para que una comunidad camine bien y
crezca. Jesús así lo enseña: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de
todos y el servidor de todos” (Marcos 9, 35). La verdadera grandeza consiste en
el servir. El Papa Francisco nos ha recordado que “el verdadero poder es el
servicio”.
Una
comunidad es un espacio en donde todos piensan en los demás. Un lugar en el que
estamos atentos a quien nos puede necesitar. La comunidad se preocupa de
servir, ayudar a servir y a desarrollar en cada uno la capacidad de servicio.
No es autoreferente. Existimos para los demás, para el mundo y para Dios (1 Cor
12, 4-7).
La comunidad
“en-reda” a sus integrantes, es decir, los pone en red. En la Iglesia y en el
Pueblo tiene una tarea y una misión que cumplir. Una comunidad que se preocupa
sólo de sí misma no es ni humana ni espiritualmente sana. Necesita tarea
apostólica y poner dinamismo apostólico en sus integrantes. Sólo justifica su
sentido en la extensión del Reino de Dios e el mundo y entre sus miembros. Y es
el Espíritu Santo quien nos lleva a dar testimonio de entrega fraterna y nos
pone en línea de servicio. Los Dones y Ministerios vienen de Él.
Es
responsabilidad de cada uno y con la ayuda de su comunidad, descubrir y
discernir cuál es su “Don” y cuál es su vocación personal. Cuando una comunidad
entierra los dones de algunos de sus miembros destruye las personas y las
aliena. No podemos olvidar que somos meros administradores de los dones que
Dios nos ha confiado (1 Pedro 4, 10-11).
El primer y
mejor servicio es el de ayudar a ser persona. Es decir, ser testigo vivo de la
presencia de Cristo Resucitado, ser signo de salvación para los demás, signo de
la profecía de la comunión (Juan 17, 21). También damos testimonio de servicio
cuando visitamos o ayudamos a enfermos
personas en situación menesterosa (Mateo 25, 35-36).
Servimos
igualmente hablando a los demás de Jesús Resucitado y de las maravillas que
hace en nuestras vidas si le aceptamos como Salvador y nos integramos a su
Iglesia (Rom 10, 13).
Motivar la
oración frecuente y la vida sacramental son ingredientes centrales de la vida
cristiana en comunidad. Las comunidades deben reunirse periódicamente para
orar, alabar a Dios, escuchar y discernir su Palabra, identificar sus tareas de
servicio y celebrar unidos el trabajo que todos y cada uno de ellos ha realizado
en el espacio transcurrido entre reunión y reunión. Compartir esas experiencias
abre paso a los testimonios, que son ingredientes importantes en la vida de fe.
Si Ud. hace
parte de una comunidad de fe, sin diferenciar si es de sólo laicos o con
participación de ministros ordenados, puede preguntarse y responder las
siguientes preguntas básicas:
¿En mi
comunidad, todos los miembros tenemos claro a quien queremos servir en la fe?
¿En mi
comunidad, desarrollamos actividades puntuales de servicio a los miembros de la
comunidad y a personas fuera de la comunidad?
¿En mi
comunidad, motivamos y apoyamos el trabajo de servicio a los demás de todos
nuestros integrantes?
¿En mi
comunidad, comprendemos y aplicamos el servicio en el ejercicio de la vida
laboral de cada uno de sus miembros?
Compartamos estas respuestas y descubramos oportunidades de mejoramiento y crecimiento espiritual y comunitario.