Mucho se ha hablado acerca de las
responsabilidades que incluyen la formación y educación de los hijos. En el
fondo del asunto, lo que habitualmente ocurre es que papá y mamá dan a sus
hijos lo que recibieron de sus padres y en algunos casos, agregado, dan
principios y valores que recibieron en su propia educación y experiencia de
vida. Por esta razón, es sabido que es primero, en el hogar, el lugar donde se
reciben y construyen los cimientos de la formación que adquieren los hijos. Después
vendrán los contenidos de formación que se reciben en el colegio y en la
relación cotidiana con los demás, en los distintos ambientes en que se
interactúa. Lo que en la familia no se enseñó consistentemente no lo podrá dar
el colegio, ni la universidad ni la relación con los demás. Aunque –como a
veces ocurre- hay excepciones a lo anterior, pero no son más eso: excepciones.
Son diversos los campos en los
cuales todos los padres (entiéndase papá y mamá) deben procurar formación para
sus hijos: responsabilidad, respeto por los demás, honestidad, educación en el
amor, sentido de superación, etc. Pero rápidamente vamos a ocuparnos de una de
esos campos: la educación en la fe.
La necesidad de Dios está
inscrita en el corazón del hombre. Todo ser humano en la medida en que va
creciendo y entrando en relación con los demás y el maravilloso mundo que nos
rodea, siente la necesidad de responderse esas preguntas trascendentales de
¿quién soy yo? ¿Cuál es mi origen? ¿Cuál es mi destino? ¿Quién me dio la vida?
¿Cuáles son mis derechos y deberes como persona?
Es aquí donde los padres, hacen
su aporte más significativo a la formación de sus hijos. Es comprensible que
los asuntos de la fe no se pueden dar a los hijos en un tiempo u oportunidad
específicos. No es posible. En los niños pequeños las preguntas que les va
surgiendo, se les van respondiendo en la misma medida y ocasión en que éstas
surgen. La complejidad de dichas preguntas responde al mismo proceso de
conocimiento de los hijos. Así las cosas, mientras que un niño de 3 o 4 años pregunta a sus padres de
donde vienen los niños, un niño de 5 o 6 años pregunta quien es Dios, donde
vive? De esta manera, papá y mamá deben atender satisfactoriamente preguntas
cada vez más profundas y exigentes.
Un grave error que algunos padres
cometen ante algunas de esas preguntas, tomados de sorpresa por su profundidad,
es restarles importancia y excusarse de responderlas con expresiones tales
como: “mira hijo, de eso hablaremos otro día. Ahora estoy ocupado y no tengo
tiempo para respondértela”. El niño no
parará su curiosidad allí y buscará en otras personas, no siempre adecuadas (amigos, vecinos, etc.) la respuesta
deseada. ¿Quién garantiza que respuestas obtenidas en esa forma son realmente
formadoras?
La otra realidad, es que la
curiosidad normal de un niño o niña, cuando no recibe la información que busca,
emplea otros medios para buscarla… y uno de ellos, muy importante, es la simple
observación y escucha de lo que otras personas hacen o dicen. Es decir, nuestro
propio comportamiento en relación con los demás, es observado como una fuente
de información y aprendizaje! Así las
cosas, regresemos al propósito inicial de esta nota: la educación en la fe.
Aquí, en este punto, es importante
recordar lo que dice el numeral 166 del C.I.C. “La fe es un acto personal: la
respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no
es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie
se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El
creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a
Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe.”
Todos los padres tenemos el deber
de darle a conocer nuestra fe a nuestros hijos, independientemente del hecho
que puedan producirse luego cambios en sus creencias. Por esta razón papá y
mamá deben responderse estas preguntas:
¿Qué testimonio de fe estamos
dando a nuestros hijos?
¿Somos conscientes de que la fe
de nuestros hijos en Dios, depende del ejemplo y el acompañamiento que nosotros
le hagamos?
¿Motivamos a nuestros hijos para
interesarse en la vida trascendente, es decir, la vida de relación con Dios?
¿Vamos con nuestros hijos, en el día
del Señor (domingo) a la Eucaristía?
¿Comprendemos el valor de la Eucaristía
y lo compartimos con nuestros hijos?
¿Nos hemos dado cuenta (los
padres) que somos pastores naturales de un rebaño integrado por nuestros hijos?
Escrito por Héctor Enrique León –
E-mail: heleon12@gmail.com