Presentamos a continuación las ideas centrales que constituyen
el hilo conductor de la Bula Misericordiae Vultus (“El rostro de la
misericordia”) que el Papa Francisco leyó y entregó en la tarde de este sábado
en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, con motivo del próximo Jubileo de
la Misericordia que comenzará el 8 de diciembre y concluirá el 20 de noviembre
de 2016. Lo que citamos a continuación no es ni constituye resumen del
documento pontificio. Sólo toma algunas de las palabras textuales con las
cuales se expresa el propósito de esta Bula.
1.
Jesucristo es el rostro de la misericordia del
Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su síntesis en esta
palabra.
2.
Siempre tenemos necesidad de contemplar el
misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz.
3.
Hay momentos en los que de un modo mucho más
intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder
ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. Es por esto que
he anunciado un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio
para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los
creyentes. Cada Iglesia particular, entonces, estará directamente comprometida
a vivir este Año Santo como un momento extraordinario de gracia y de renovación
espiritual. El Jubileo, por tanto, será celebrado en Roma así como en las
Iglesias particulares como signo visible de la comunión de toda la Iglesia.
4.
He escogido la fecha del 8 de diciembre por su
gran significado en la historia reciente de la Iglesia. En efecto, abriré la
Puerta Santa en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio
Ecuménico Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este
evento. Para ella iniciaba un nuevo periodo de su historia. Otra cosa debemos
destacar aún: toda esta riqueza doctrinal se vuelca en una única dirección:
servir al hombre. Al hombre en todas sus condiciones, en todas sus debilidades,
en todas sus necesidades”.
Con estos sentimientos de agradecimiento
por cuanto la Iglesia ha recibido y de responsabilidad por la tarea que nos
espera, atravesaremos la Puerta Santa, en la plena confianza de sabernos
acompañados por la fuerza del Señor Resucitado que continua sosteniendo nuestra
peregrinación. El Espíritu Santo que conduce los pasos de los creyentes para
que cooperen en la obra de salvación realizada por Cristo, sea guía y apoyo del
Pueblo de Dios para ayudarlo a contemplar el rostro de la misericordia.
5.
El Año jubilar se concluirá en la solemnidad
litúrgica de Jesucristo Rey del Universo, el 20 de noviembre de 2016. En ese
día, cerrando la Puerta Santa, tendremos ante todo sentimientos de gratitud y
de reconocimiento hacia la Santísima Trinidad por habernos concedido un tiempo
extraordinario de gracia. Encomendaremos la vida de la Iglesia, la humanidad
entera y el inmenso cosmos a la Señoría de Cristo, esperando que difunda su
misericordia como el rocío de la mañana para una fecunda historia, todavía por
construir con el compromiso de todos en el próximo futuro. ¡Cómo deseo que los
años por venir estén impregnados de misericordia para poder ir al encuentro de
cada persona llevando la bondad y la ternura de Dios! A todos, creyentes y lejanos,
pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que
está ya presente en medio de nosotros.
6.
. “Es propio de Dios usar misericordia y
especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia”. Las palabras de santo
Tomás de Aquino muestran cuánto la misericordia divina no sea en absoluto un
signo de debilidad, sino más bien la cualidad de la omnipotencia de Dios. Es
por esto que la liturgia, en una de las colectas más antiguas, invita a orar
diciendo: “Oh Dios que revelas tu omnipotencia sobre todo en la misericordia y
el perdón”. Dios será siempre para la humanidad como Aquel que está presente,
cercano, providente, santo y misericordioso.
7.
“Eterna es su misericordia”: es el estribillo
que acompaña cada verso del Salmo 136 mientras se narra la historia de la
revelación de Dios. En razón de la misericordia, todas las vicisitudes del
Antiguo Testamento están cargadas de un profundo valor salvífico. La
misericordia hace de la historia de Dios con su pueblo una historia de
salvación. Repetir continuamente “Eterna es su misericordia”, como lo hace el
Salmo, parece un intento por romper el círculo del espacio y del tiempo para
introducirlo todo en el misterio eterno del amor.
8.
Con la mirada fija en Jesús y en su rostro
misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La misión que
Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del amor divino
en plenitud. “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y única vez en
toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora
visible y tangible en toda la vida de Jesús.
9.
En las parábolas dedicadas a la misericordia,
Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por
vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la
compasión y la misericordia. La parábola ofrece una profunda enseñanza a cada
uno de nosotros. Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del
Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son
realmente sus hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia,
porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia.
10.
La misericordia es la viga maestra que sostiene
la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por
la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su
testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la
Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo. La
Iglesia “vive un deseo inagotable de brindar misericordia”. Es el tiempo de
retornar a lo esencial para hacernos cargo de las debilidades y dificultades de
nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e
infunde el valor para mirar el futuro con esperanza.
11.
No podemos olvidar la gran enseñanza que san
Juan Pablo II ofreció en su segunda encíclica Dives in misericordia, que en su
momento llegó sin ser esperada y tomó a muchos por sorpresa en razón del tema
que afrontaba.
12.
La Iglesia tiene la misión de anunciar la
misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe
alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo
el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir
ninguno. En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva
evangelización, el tema de la misericordia exige ser propuesto una vez más con
nuevo entusiasmo y con una renovada acción pastoral. Es determinante para la
Iglesia y para la credibilidad de su anuncio que ella viva y testimonie en
primera persona la misericordia.
13.
Queremos vivir este Año Jubilar a la luz de la
palabra del Señor: Misericordiosos como el Padre. El evangelista refiere la
enseñanza de Jesús: “Sed misericordiosos, como el Padre vuestro es
misericordioso” (Lc 6,36). Es un programa de vida tan comprometedor como rico
de alegría y de paz. El imperativo de Jesús se dirige a cuantos escuchan su voz
(cfr Lc 6,27). Para ser capaces de misericordia, entonces, debemos en primer
lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto significa recuperar
el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige. De este modo
es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como propio estilo de
vida.
14.
La peregrinación es un signo peculiar en el Año
Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia.
La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que
recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada. También para llegar a la
Puerta Santa en Roma y en cualquier otro lugar, cada uno deberá realizar, de
acuerdo con las propias fuerzas, una peregrinación. Esto será un signo del
hecho que también la misericordia es una meta por alcanzar y que requiere
compromiso y sacrificio. La peregrinación, entonces, sea estímulo para la
conversión: atravesando la Puerta Santa nos dejaremos abrazar por la
misericordia de Dios y nos comprometeremos a ser misericordiosos con los demás
como el Padre lo es con nosotros. El Señor Jesús indica las etapas de la
peregrinación mediante la cual es posible alcanzar esta meta: “No juzguéis y no
seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis
perdonados. Dad y se os dará: una medida buena, apretada, remecida, rebosante
pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque seréis medidos con la medida
que midáis” (Lc 6,37-38). Dice, ante todo, no juzgar y no condenar. Si no se
quiere incurrir en el juicio de Dios, nadie puede convertirse en el juez del
propio hermano.
15.
En este Año Santo, podremos realizar la
experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias
periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente
crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo
hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su
grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos
ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a
aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a
curarlas con la solidaridad y la debida atención. No olvidemos las palabras de
san Juan de la Cruz: “En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el
amor”.
16.
En el Evangelio de Lucas encontramos otro
aspecto importante para vivir con fe el Jubileo. El evangelista narra que
Jesús, un sábado, volvió a Nazaret y, como era costumbre, entró en la Sinagoga.
Lo llamaron para que leyera la Escritura y la comentara. El paso era el del
profeta Isaías donde está escrito: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me
ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar
la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a
los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (61,12). “Un año de
gracia”: es esto lo que el Señor anuncia y lo que deseamos vivir. Este Año
Santo lleva consigo la riqueza de la misión de Jesús que resuena en las
palabras del Profeta: llevar una palabra y un gesto de consolación a los
pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas
esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver
más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos
han sido privados de ella. La predicación de Jesús se hace de nuevo visible en
las respuestas de fe que el testimonio de los cristianos está llamado a ofrecer.
Nos acompañen las palabras del Apóstol: “El que practica misericordia, que lo
haga con alegría” (Rm 12,8).
17.
La Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con
mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la
misericordia de Dios. ¡Cuántas páginas de la Sagrada Escritura pueden ser
meditadas en las semanas de Cuaresma para redescubrir el rostro misericordioso
del Padre! Con las palabras del profeta Miqueas también nosotros podemos
repetir: Tú, oh Señor, eres un Dios que cancelas la iniquidad y perdonas el
pecado, que no mantienes para siempre tu cólera, pues amas la misericordia. Tú,
Señor, volverás a compadecerte de nosotros y a tener piedad de tu pueblo.
Destruirás nuestras culpas y arrojarás en el fondo del mar todos nuestros
pecados (cfr 7,18-19).
18.
Durante la Cuaresma de este Año Santo tengo la
intención de enviar los Misioneros de la Misericordia. Serán un signo de la
solicitud materna de la Iglesia por el Pueblo de Dios, para que entre en
profundidad en la riqueza de este misterio tan fundamental para la fe. Serán
sacerdotes a los cuales daré la autoridad de perdonar también los pecados que
están reservados a la Sede Apostólica, para que se haga evidente la amplitud de
su mandato. Serán, sobre todo, signo vivo de cómo el Padre acoge cuantos están
en busca de su perdón. Serán misioneros de la misericordia porque serán los
artífices ante todos de un encuentro cargado de humanidad, fuente de
liberación, rico de responsabilidad, para superar los obstáculos y retomar la
vida nueva del Bautismo.
19.
La palabra del perdón pueda llegar a todos y la
llamada a experimentar la misericordia no deje a ninguno indiferente. Mi
invitación a la conversión se dirige con mayor insistencia a aquellas personas
que se encuentran lejanas de la gracia de Dios debido a su conducta de vida.
Pienso en modo particular a los hombres y mujeres que pertenecen a algún grupo
criminal, cualquiera que éste sea. Por vuestro bien, os pido cambiar de vida.
Os lo pido en el nombre del Hijo de Dios que si bien combate el pecado nunca
rechaza a ningún pecador.
20.
No será inútil en este contexto recordar la
relación existente entre justicia y misericordia. No son dos momentos
contrastantes entre sí, sino un solo momento que se desarrolla progresivamente
hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor.
21.
La misericordia no es contraria a la justicia
sino que expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una
ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer.
El Jubileo lleva también consigo la referencia a
la indulgencia. En el Año Santo de la Misericordia ella adquiere una relevancia
particular. El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. Vivir
entonces la indulgencia en el Año Santo significa acercarse a la misericordia
del Padre con la certeza que su perdón se extiende sobre toda la vida del
creyente. Indulgencia es experimentar la santidad de la Iglesia que participa a
todos de los beneficios de la redención de Cristo, porque el perdón es
extendido hasta las extremas consecuencias a la cual llega el amor de Dios.
Vivamos intensamente el Jubileo pidiendo al Padre el perdón de los pecados y la
dispensación de su indulgencia misericordiosa.
22.
La misericordia posee un valor que sobrepasa los
confines de la Iglesia. Ella nos relaciona con el judaísmo y el Islam, que la
consideran uno de los atributos más calificativos de Dios. Este Año Jubilar
vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con estas religiones y
con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo
para conocerlas y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y
desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación.
23.
El pensamiento se dirige ahora a la Madre de la
Misericordia. La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que
todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Ninguno como María
ha conocido la profundidad el misterio de Dios hecho hombre. Todo en su vida
fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del
Crucificado Resucitado entró en el santuario de la misericordia divina porque
participó íntimamente en el misterio de su amor. María atestigua que la
misericordia del Hijo de Dios no conoce límites y alcanza a todos sin excluir
ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina,
para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos y nos
haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia, su Hijo Jesús. Nuestra
plegaria se extienda también a tantos Santos y Beatos que han hicieron de la
misericordia su misión de vida.
24.
Un Año Santo extraordinario, entonces, para
vivir en la vida de cada día la misericordia que desde siempre el Padre
dispensa hacia nosotros. En este Jubileo dejémonos sorprender por Dios. Él
nunca se cansa de destrabar la puerta de su corazón para repetir que nos ama y
quiere compartir con nosotros su vida. La Iglesia siente la urgencia de
anunciar la misericordia de Dios. Su vida es auténtica y creíble cuando con
convicción hace de la misericordia su anuncio. En este Año Jubilar la Iglesia
se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como
palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Nunca se canse de
ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar. La
Iglesia se haga voz de cada hombre y mujer y repita con confianza y sin
descanso: “Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos”
(Sal 25,6).