Oh Santa María mi
única Reina y después de Jesús mi verdadero consuelo en este mundo. Tú eres el
rocío celestial que dulcifica mis amarguras. Tú eres la brillante luz que
disipa las tinieblas que rodean a mi alma. Tú eres la guía de mis pasos, la
fuerza de mis debilidades, el tesoro en mi pobreza, el bálsamo que cura mis
heridas, el consuelo que enjuga mis lágrimas, mi refugio en las miserias y la
esperanza de mi salvación.
Oh María ten piedad de mí, tú que eres la Madre de Dios que tanto nos amas. Concédenos lo que te pedimos, tú que eres nuestra defensa y nuestra alegría. Haz que nosotros seamos dignos de gozar contigo esa bienaventuranza que gozas en el cielo. Amén.