Por Ramiro Pellitero - Instituto
Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra - 11 mayo 2012
Fuente: www.encuentra.com
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Cuando nos acercamos a un sínodo
sobre la nueva Evangelización, conviene tener en cuenta la importancia de los
fieles laicos, los “cristianos corrientes”. Ellos están llamados a participar,
según su propia condición de ciudadanos y cristianos, en la nueva
Evangelización. Para eso requieren una adecuada formación.
Lo ha señalado Benedicto XVI ante
un grupo de obispos estadounidenses, en el contexto de una reflexión sobre su
tarea en el momento actual, concretamente para defender los principios éticos
de la ley natural, como garantía de humanidad y de progreso.
“En el corazón de cada cultura
–afirma el Papa-, sea o no percibido, existe un consenso acerca de la
naturaleza de la realidad y el bien moral, y así acerca de las condiciones para
la prosperidad humana”. Pero hoy existen corrientes culturales que erosionan
esos principios éticos que, junto con otros procedentes de la tradición
judeocristiana y de la fe cristiana, están en las raíces de nuestra
civilización. (Y esto que está dicho para Estados Unidos, sirve también para
otros muchos lugares, sobre todo de Europa y de América Latina).
Claves para la felicidad y el progreso
Respecto a los valores morales
perennes, que la Iglesia propone como claves para la felicidad y el progreso,
“en la medida que algunas tendencias culturales actuales contienen elementos
que podrían restringir la proclamación de esas verdades, sea constriñéndolas en
los límites de una racionalidad meramente científica, o suprimiéndolas en el
nombre del poder político o la regla de la mayoría (esas tendencias),
representan una amenaza no sólo para la fe cristiana, sino también para la
humanidad misma y para la verdad profunda acerca de nuestro ser y vocación
últimos, nuestra relación con Dios”
Notemos que no se trata de una
afirmación gratuita y menos de una obsesión de los católicos, sino de un
argumento de experiencia al que Benedicto XVI acude con frecuencia. “Cuando una
cultura intenta suprimir la dimensión del misterio último, y cerrar las puertas
a la verdad trascendente, inevitablemente se empobrece y cae presa, como vio
claramente en sus últimos años Juan Pablo II, de lecturas reduccionistas y totalitarias
sobre la persona humana y la naturaleza de la sociedad”.
Justicia y razón abierta al espíritu
En consecuencia, continúa, la
Iglesia juega un papel decisivo al oponerse a esas “tendencias culturales que,
sobre la base de un individualismo extremo, intentan proponer nociones de
libertad separadas de la verdad moral”. Subraya el Papa actual que “nuestra
tradición no habla desde la fe ciega, sino desde una perspectiva racional que
vincula nuestro compromiso por la edificación de una sociedad justa, humana y
próspera, con nuestra definitiva certeza de que el cosmos posee una lógica
interior accesible al razonamiento humano”. Por eso la ley natural no es una
amenaza a la libertad, sino más bien un “lenguaje” que nos capacita para
entendernos a nosotros mismos y la verdad de nuestro bien (diríamos, como un
potente ipad que nos permite contemplar y leer, en su contexto, las maravillas
de los seres que nos rodean y a nosotros mismos). De esta manera la enseñanza
moral no es un mensaje de constricción sino de liberación, y la base para
edificar un futuro seguro.
De ahí deduce Benedicto XVI que
el testimonio de la Iglesia es por naturaleza público, y propone argumentos
racionales en la plaza pública. La legítima separación entre Iglesia y Estado
no debe significar que la Iglesia permanezca en silencio ante determinados
temas, o que el Estado no pueda dialogar con las voces de creyentes
comprometidos en la determinación de valores que configurarán el futuro de la
nación.
Libertad de los laicos en las cuestiones opinables
En efecto. Todo ello es muy
oportuno en el actual momento de debate ético sobre las cuestiones
fundamentales que afectan a las personas y a la sociedad. El camino para todos
sólo puede ser el respeto a la ley natural, que precisamente por ser natural
está abierta a la verdad trascendente, y no cerrada en las realidades meramente
empíricas y en las decisiones voluntaristas. Por otra parte, cabe recordar la
libertad de los fieles laicos a la hora de mantener sus opiniones como
ciudadanos: pueden tomar, y de hecho lo hacen, opciones diversas en los temas políticos,
sociales y culturales, siempre que no estén en contra del lenguaje que la
naturaleza imprime en la creación. Es claro que los fieles laicos no
representan oficialmente a la Iglesia, por lo que ni sus opiniones ni sus
actuaciones han de ser tomadas por las “opiniones de la Iglesia” o actuaciones
de la Iglesia institucional. Los laicos hacen presente el misterio de la
Iglesia en la sociedad civil, pero esto no les priva de su libertad en las
cuestiones opinables, y no implica una uniformidad de pareceres o caminos
concretos entre los católicos, tampoco por tanto entre los que se dedican a la
política.
Con este transfondo que sin duda
tiene presente, Benedicto XVI considera imperativo que los católicos se opongan
al “secularismo radical” que amenaza los ámbitos político y cultural.
Particularmente, dice, deben oponerse a los intentos de limitar la libertad
religiosa, por ejemplo negando el derecho a la objeción de conciencia por parte
de personas o instituciones respecto a la cooperación con prácticas
intrínsecamente malas; o también intentado “reducir la libertad religiosa a una
mera libertad de culto sin garantizar el respeto a la libertad de conciencia”
Laicos, política y nueva evangelización
El Papa declara la necesidad de
la formación de fieles laicos dotados de un “fuerte sentido crítico” frente a
estos aspectos de la cultura dominante relacionados con un “secularismo
reductivo”. Y señala que la preparación de líderes laicos comprometidos y la
presentación de una convincente articulación de la visión cristiana del hombre
y la sociedad, aparece como una tarea primordial.
La formación de los laicos para
la política, entiende Benedicto XVI, debe considerarse como “un componente
esencial de la nueva evangelización”. Por tanto ha de “configurar el enfoque y
las metas de los programas catequéticos en todos los niveles” (léase: para
todas las edades, no sólo para los niños y jóvenes, sino también para los
adultos, y en cualquiera de los ámbitos de la formación: escuela y familia,
parroquia, grupos y realidades eclesiales, etc.).
Insiste el Papa en la formación
de los laicos, especialmente los que se dedican a la política, en lo que se
refiere a los grandes temas morales de nuestro tiempo: “el respeto por el don
divino de la vida, la protección de la dignidad humana y la promoción de los
derechos humanos auténticos”. Teniendo en cuenta la libertad en lo temporal y
el respeto a una justa autonomía de la esfera secular, subraya que “no hay
ningún ámbito de los asuntos humanos que pueda ser retraído del Creador y su
dominio” (cf. GS 36).
Conviene tomar nota de esta
llamada de atención para la formación de los laicos, que implica a toda la
comunidad cristiana, comenzando por sus pastores. Éstos deben impulsar, en
efecto, una educación que prepare a todos, en concreto, para los desafíos
éticos de nuestro tiempo.
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