Jesús va al Templo y a la
Sinagoga. Acude frecuentemente, con los demás judíos. Su infancia y su juventud
han ido modeladas por la oración judía. Pero su oración no es solamente la de
las asambleas. Jesús lleva en sí mismo espacios de oración siempre abiertos.
La soledad, la noche, el
desierto, las colinas, las muchedumbres son los lugares de su oración
reservada. No se le ve hacer vibrar las grandes reuniones de personas para
conducirlas a la efervescencia religiosa. El vive con Dios en la intimidad.
Comparte secretos con Dios.
Sobriamente. No nos ha dejado
muchas oraciones. Toma los salamos de su pueblo hasta en el momento de la
muerte. No ha querido dar a sus discípulos nuevas compilaciones. Su oración es
con frecuencia silencio. Silencio del cielo nocturno sobre Galilea o sobre el
Huerto de los Olivos.
Un día. Jesús ora; probablemente
sin palabras. Cuando ha terminado, uno de sus discípulos le dice: "Señor,
enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos". Fue necesario que se
le pidieran fórmulas para que El ofreciese en el momento, un resumen
extrañamente breve de las grandes oraciones judías y de toda la novedad que El
mismo traía consigo:
"Padre que tu nombre sea
santificado, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano;
perdónanos nuestros pecados, pues nosotros mismos perdonamos a quien nos debe;
y no nos dejes caer en tentación" (Lc. 11, 2-4)
Mateo presenta un texto más
largo. Trae también estas palabras de Jesús: "En vuestras oraciones, no
seáis palabreros como los paganos, que se imaginan que por hablar mucho les
harán más caso. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que os hace
falta antes de que se lo pidáis" (Mt.6, 7-8)
Sin cesar. "Sin
desanimarse" (Lc. 18, 1). Es su mirada hacia el interior y hacia fuera.
Esta vigilia ante Dios la evoca en sus parábolas pero ante todo la vive. Los
cuatro evangelistas dan la impresión de que su oración es constante: al
amanecer de los días de decisiones, pero también en el cara a cara con un
hombre o una mujer, o cuando El mismo se convierte en corazón de una
muchedumbre.
Todo en Él se hace oración.
El habla de "orar en todo
tiempo" (Lc. 22, 46), para ir hacia Dios que viene. Como si la oración
fuese la fuente hacia la que es preciso avanzar siempre, atentos al susurro del
futuro.
Habla también de insistir, de
llamar a la puerta, de ser importuno en la noche. Para una rara fecundidad:
"Cualquier cosa que pidáis en vuestra oración, creed que ya la habéis
recibido y se os concederá". Marcos lo hace añadir inmediatamente:
"Cuando estéis de pie orando, perdonad lo que tengáis contra otros, para
que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas" (Mc. 11.
24-26).
¿Qué ocurre en esta oración
obstinada? ¿Cuál es su eficacia? Parece como si extrajera de lo más hondo del
hombre una humanidad pura y reconciliada; la que muestra el rostro, los ojos,
las manos de Jesús.
La oración incesante talla al
hombre. El hombre de paz. Con la audacia de la ternura. Jesús no tiene miedo de
Dios. Lo llama "Abba". Son los balbuceos de un niño a su padre.
Habría que traducir "Papa". ¿Quién osaría hoy, murmurar a Dios "Papá"?
Antes de Jesús, en la religión
judía y en otras, se designa a Dios como Padre. Pero nadie ha interpelado al
"Altísimo" con este término infantil. Libre en medio de su pueblo,
libre frente a las autoridades, libre respecto a las reglas corales o
religiosas, Jesús es libre también ante Dios. Más aún, es "muy libre"
con Él.
¿Quizás la oración debía calmar
en el Espíritu de Jesús los temores primitivos, para conducir hacia Dios
confiada, familiarmente?
Entregando su vida la última
tarde. Partiendo el pan y haciendo pasar la copa. Ha repetido el rito
fraternal: se comparte la comida, hacia el final Él preside la mesa recita la
acción de gracias a Dios que alimenta a los hombres y los conduce hacia la
libertad.
A través de todos los éxodos.
Presentando el pan y el vino. Jesús se ofrece El mismo ¿Han percibido en El su
vida? Jesús conduce hacia la muerte... Alba de Pascua.
A partir de entonces, los que
quieren seguir a Jesús van hacia esta mesa. "Allí donde dos o tres estén
reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos". Ellos se acuerdan
de El y le esperan. Intercambian la palabra y la vida. Se entregan también,
como Jesús se entregó, día tras día, hasta la última comida. Eucaristía
incesante a lo largo de los siglos... Toda oración es eco de esta comida.
Antes de ser apresado. En el
Huerto del sudor y de la sangre. Se ofrece a la voluntad del Padre. Confianza,
angustia y oración están mezcladas.
En la turbación de la agonía.
"¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?" "Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu". Jesús ha muerto. Orando. Gritando.
Fuente:
Reproducción parcial de un artículo publicado en www.churchforum.org,
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