domingo, 5 de junio de 2011

DIMENSIONES DEL MARTIRIO - ARTICULO DE KARL RAHNER





Este artículo, publicado poco antes de la muerte del autor, se ha ido convirtiendo en una referencia antológica ya clásica en el tema de la "ampliación del concepto de martirio" que está a la base del conocido martirologio latinoamericano. Aparición original: Revista «Concilium» 183 (marzo 1983) 321-324.

En el presente ensayo vamos a propugnar una cierta ampliación del concepto tradicional de martirio. El concepto tradicional de martirio, tal como hoy se emplea en la Iglesia, es conocido. Aquí no pretendemos analizar su evolución a lo largo de la historia de la Iglesia, ni su relación con la noción bíblica de martirio, ni las conexiones existentes entre esta noción neotestamentaria y otros conceptos y categorías afines, como predicación, profeta, confesión, muerte, etc. Aquí presuponemos el concepto de martirio hoy tradicional en la Iglesia.


Con tal concepto, perteneciente a la vez al campo de la dogmática y al de la teología fundamental, se designa el hecho de aceptar morir por la fe de forma libre y resignada, no luchando activamente como en el caso de los soldados. El término «fe» incluye también la moral cristiana, como lo muestra el dato de que la Iglesia venera como mártir a santa María Goretti, apuñalada en 1902 por un muchacho de la vecindad por oponerse enérgicamente a sus requerimientos. Por lo que se refiere a la «fe», puede tratarse de la totalidad del credo cristiano o de una verdad concreta de la doctrina cristiana en materia de fe y costumbres, en cuyo caso tal verdad se contempla siempre enmarcada en el conjunto del mensaje cristiano. La muerte «in odium fidei» ha de aceptarse siempre conscientemente, de suerte que es preciso distinguir entre el «martirio» y el «bautismo de sangre».

La peculiaridad de este concepto reside en que, desde el punto de vista de la Iglesia, no puede aplicarse a la muerte sufrida en una lucha activa. Por eso nos preguntamos si hay que considerar como algo necesaria y permanentemente unido al concepto de martirio tal exclusión de una muerte sufrida luchando activamente por la fe cristiana y sus exigencias morales, incluso con respecto a la sociedad. Esta pregunta es de gran importancia para la vida cristiana y eclesial, porque la atribución del martirio a un cristiano combatiente constituiría para otros cristianos una notable recomendación eclesiástica de tal combate activo como un ejemplo digno de imitarse.

Ante todo, es claro que unos conceptos como los que aquí están en juego tienen su historia y son susceptibles de modificaciones legítimas. A decir verdad, el único problema radica en precisar si la aceptación resignada de la muerte por causa de la fe y el hecho de morir luchando activamente por esa misma fe (o por alguna de sus exigencias) pueden englobarse bajo un concepto de martirio, dado que entre ambas formas de muerte hay una amplia y profunda coincidencia y que aplicarles el mismo concepto no implica negar una diferencia permanente entre las dos. De hecho hay muchos conceptos que engloban dos realidades en razón de su semejanza objetiva, sin que por eso se nieguen o velen necesariamente sus diferencias. (En el vocabulario eclesiástico, el término «pecado» designa la «corrupción hereditaria» y el estado pecaminoso resultante de las culpas personales, sin que por ello sea preciso negar una diferencia radical entre los dos estados). Es cierto que el hecho de soportar pacientemente la muerte por causa de la fe tiene una relación peculiar con la muerte de Jesús, quien por su muerte paciente pasó a ser el testigo fiel y fidedigno por antonomasia. Pero esta innegable diferencia entre las dos formas de muerte no excluye que puedan englobarse bajo el único concepto y término de martirio.
Para discutir esto, es decir, para poner de manifiesto la semejanza interna y esencial de esas dos formas de muerte, pese a las diferencias existentes entre ellas, es preciso reflexionar sobre muchos aspectos. Ante todo la muerte de Jesús, «soportada pasivamente», fue consecuencia de su lucha contra quienes tenían en aquella época el poder religioso y político. Jesús murió porque luchó; su muerte no debe ser contemplada al margen de su vida. Por otra parte, también «soporta» su muerte quien cae luchando activamente por las exigencias de sus convicciones cristianas, incluso en lo que respecta a la dimensión de la sociedad pública, bajo ciertas condiciones. De hecho, tal muerte no se busca directamente por sí misma e incluye un elemento pasivo, del mismo modo que la muerte del mártir en sentido tradicional encierra también un elemento activo, pues ese mártir provoca con su testimonio activo y con su vida la situación en que no podrá librarse de la muerte sin renegar de su fe.

Como es natural, puede seguir constituyendo un problema determinar con qué exactitud es preciso definir la lucha activa y distinguirla de otros hechos análogos para que la muerte acaecida en esa lucha activa pueda y deba ser calificada como martirio. No todo el que cae en una guerra religiosa combatiendo en el campo cristiano o en el católico puede ser considerado como mártir. En tales guerras religiosas influyen también demasiados factores terrenos, y no está claro si cada combatiente cuenta en serio con su muerte y la acepta de verdad. Pero ¿por qué no habría de ser mártir un monseñor Romero, por ejemplo, caído en la lucha por la justicia en la sociedad, en una lucha que él hizo desde sus más profundas convicciones cristianas?
La actitud de soportar pasivamente la muerte no debemos concebirla exclusivamente en la forma en que solemos imaginarnos a los mártires del cristianismo antiguo, conducidos ante un tribunal y condenados a muerte en un juicio. El soportar la muerte -actitud pasiva, pero tomada mediante una opción voluntaria- puede adoptar formas totalmente distintas. Los «perseguidores» modernos no darán a los cristianos de hoy ninguna posibilidad de confesar su fe al estilo de los tres primeros siglos del cristianismo ni les brindarán la oportunidad de aceptar una muerte impuesta por la sentencia de un tribunal. No obstante, bajo estas modalidades más anónimas de la persecución actual es posible prever y aceptar la muerte, del mismo modo que en el caso de los mártires antiguos. Y es posible también preverla y aceptarla en cuanto consecuencia de una lucha activa por la justicia y otras realidades y valores cristianos. De hecho, es extraño que la Iglesia haya canonizado a Maximiliano Kolbe como confesor y no como mártir. Quien contemple a Maximiliano Kolbe sin ideas preconcebidas, prestará mayor atención a su muerte y a su conducta en el campo de concentración que a su vida anterior, y lo considerara como mártir de un amor cristiano desinteresado.

En cualquier caso, las diferencias entre morir por causa de la fe en una lucha activa y morir por causa de la fe soportando la muerte pasivamente son demasiado fluidas y difíciles de precisar como para que sea preciso distinguir conceptualmente las dos formas de muerte no expresándolas con el mismo término. En los dos casos se da la misma aceptación expresa y resuelta de la muerte por la misma motivación cristiana; en los dos casos es la muerte una aceptación de la muerte de Cristo que, por constituir el acto supremo del amor y la fortaleza, pone sin reservas al hombre creyente en manos de Dios y representa una unión radical de dos acciones: la del amor y la de verse privado del propio ser por el no -incomprensible, pero sumamente eficaz- de los hombres al amor de Dios que se revela. En los dos casos aparece la muerte como plena y clara manifestación de la verdadera naturaleza de la muerte cristiana. También cuando se cae luchando por las convicciones cristianas constituye la muerte un testimonio en favor de la fe caracterizado por una decisión sin reservas; tal decisión integra en la muerte toda la existencia, está inspirada y sustentada por la gracia de Dios y se toma en medio de la más profunda impotencia interna y externa, que el hombre acepta resignadamente. Todo ello puede aplicarse también a la muerte sufrida en la lucha, ya que, en la vivencia de su fracaso, estos combatientes experimentan y sufren su propia impotencia y el poder del mal, lo mismo que el mártir paciente en sentido tradicional.
En nuestra defensa de una cierta ampliación del concepto tradicional de mártir, podemos apoyarnos también en Tomás de Aquino. Santo Tomás afirma que, si su muerte tiene una relación clara con la de Cristo, es mártir quien muere defendiendo la sociedad (res publica) contra los ataques de sus enemigos que intentan corromper la fe cristiana (In IV Sent. dist. 49, q. 5, a. 3, qc. 2 ad 11) . La corrupción de la fe de Cristo a que se opone ese defensor de la sociedad puede referirse también a una dimensión concreta de la convicción cristiana, pues de lo contrario tampoco podría considerarse como martirio el hecho de soportar pasivamente la muerte por una exigencia ética y cristiana concreta. Así, pues, en su Comentario a las Sentencias, santo Tomás defiende un concepto más amplio de martirio, tal como lo proponemos aquí.

Una «teología política» legitima y una teología de la liberación deberían adherirse a esta ampliación del concepto de mártir. Tal ampliación tiene una importancia práctica muy concreta para un cristianismo y una Iglesia que quieren ser conscientes de su responsabilidad con respecto a la justicia y la paz en el mundo.

viernes, 3 de junio de 2011

El sagrado silencio en la celebración litúrgica

Por Nicola Bux

Profesor de Liturgia oriental en Bari (Italia) y consultor de las Congregaciones para la Doctrina de la Fe, para las Causas de los Santos, para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, así como de la Oficina para las Celebraciones del Sumo Pontífice.


ROMA, jueves 2 de junio de 2011 (ZENIT.org).- “Cuando un silencio apacible envolvía todas las cosas … tu Palabra omnipotente se lanzó desde el cielo” (cf. Sab 18,14-15). Así una antífona de la octava de Navidad recuerda, con extraordinaria libertad, cómo en la noche del Éxodo se realizó la liberación del hombre y la emancipación del pecado. Para reconocerle presente en el mundo, es más, en la acción pública que es la liturgia – sagrada precisamente con motivo de la Presencia – es necesario “guardar silencio!, es decir, callar. Es necesario callar para escuchar, como al inicio de un concierto, de lo contrario el culto, es decir, la relación cultivada, profunda con Dios, no puede comenzar, no se Le puede “celebrar”.


Esto es indispensable para rezar: “retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto”(Mt 6,6). La habitación es el alma, pero también el templo, dicen los Padres. ¿Qué secreto puede ser mantenido sin silencio? El secreto de la conciencia en el que se puede oír la voz de Dios, en la noche silenciosa como para Samuel. Hace falta silencio para que Dios pueda hablar y nosotros escucharle. Por esto vamos a la iglesia, para celebrar el culto divino, sagrado porque desciende del silencio eterno en el tiempo tan ruidoso, para apaciguarlo y orientarlo a lo Eterno. No hay duda de que la posición frontal del sacerdote en el altar hacia el pueblo induce a la distracción suya y de los fieles, desorientando la dirección de la oración: imitemos al Santo Padre que mira al Crucificado.

En esta fotografia Mons. Nicola Bux dialoga con S.S. Benedicto XVI

El silencio debe ser recuperado, limitando al mínimo las palabras por parte de quien debe dar indicaciones preparatorias a la celebración. Los sacerdotes, las religiosas dedicadas al servicio, los ministros deben limitar palabras y movimientos, porque están en presencia de Aquel que es la Palabra. Este silencio se pide al inicio de la Santa Misa para el examen de conciencia, aunque breve, en el que reconocer nuestros pecados “antes de celebrar los Santos Misterios”.


Tras la invitación a rezar con el Oremus, el sacerdote se recoge en silencio, para rezar y para dar tiempo a los fieles a hacer lo mismo y unir así su propia intención a esa oración que el sacerdote pronunciará “recogiendo” – por ello se llama oración “colecta” – y presentándola al Señor. Con esta oración, comienza en la Misa la función sacerdotal de mediación entre el pueblo santo y el Señor.


De la oración a Dios se pasa a la escucha de Dios. El Sínodo sobre la Palabra de Dios no olvidó insistir en el silencio como espacio privilegiado para recibirla. Los misterios de Cristo – el Papa lo recuerda en la Exhortación apostólica post-sinodal Verbum Domini – están unidos al silencio, como dicen los Padres de la Iglesia. Así, más que multiplicar los encuentros bíblicos, es necesario tener “realmente en el centro el encuentro personal con Cristo que se nos comunica en su Palabra” (n. 73). La liturgia de la Palabra es tal porque tiene lugar en el silencio sagrado.


El Ordo Missae sugiere, en este punto, que haya habido o no homilía, se guarde silencio. Parece una ejercitación “al encuentro desnudo, silencioso, austero... al coloquio espontáneo, alegre, adorante con la divina Majestad, como arrastrados en la estela de la oración misma de Cristo” (Pablo VI, Discurso a los Abades de la Confederación Benedictina, 30 de septiembre de 1970, n. 3). Es una invitación a los monjes: pero todo cristiano debe ser en alguna medida monje, es decir, habitar solo con el Señor. La liturgia sagrada capacita para esto. La Regla benedictina exhorta al monje a hacer que su mente esté en armonía con su voz (cf. 19,7): “Parece una cosa sencillísima, diríamos natural – subraya Pablo VI – pero tener esta armonía interna entre la voz y la mente, y una de las cosas más difíciles” (Discurso a los Abades, cit.). Precisamente la dinámica de la relación entre Dios que habla y el fiel que escucha y responde con el salmo o la oración – según la clásica tripartición conservada en la semana santa: lectura, responsorio, oración – constituye el ejercicio necesario, la ruminatio de los Padres, para asimilar y hacer que voz y mente se armonicen. Esto es particularmente útil en vista de la oferta de sí, de nuestros cuerpos en sacrificio espiritual “como culto según la razón”, que para esto “renueva la mente” con el fin de distinguir la voluntad de Dios, lo que es bueno, a él grato y perfecto (cf. Rm 12,1-2). La renovación de la mente es el juicio según Dios y no según el mundo. La liturgia debe favorecer la conversión de la mentalidad mundana y carnal, que tiende siempre a conquistar a clérigos y laicos. Renovar la mente significa mirar la realidad y no seguir las propias ideas – la ideología –, porque él hace nuevas todas las cosas.
El silencio puede volver a aflorar en el ofertorio, donde no es necesario ni obligatorio que las fórmulas previstas de la ofrenda sean dichas en voz alta. Se podría también sugerir que, en el futuro, la Plegaria Eucarística, también en la Misa de Pablo VI, pudiera recitarse submissa voce, casi en silencio, para favorecer el recogimiento: como se hacía y se sigue haciendo en la celebración en “forma extraordinaria”. ¿Es siempre necesario escuchar palabras tan arcanas, especialmente las de la consagración? Si el sacerdote abajase el tono de la voz, no recitaría, sino que rezaría verdaderamente y favorecería el recogimiento y la unión de los fieles a su oración de medación sacerdotal. Análogo silencio se recomienda especialmente a la acción de gracias después de la Comunión.


Pero, más allá de los momentos específicos, es toda la liturgia, es más, la Iglesia misma como espacio sagrado, la que necesita recuperar el clima de silencio. Esta exigencia llevaba a preordenar espacios de reunión como nártex y atrios para pasar del exterior al interior, de la dispersión al recogimiento. ¿No serviría también en nuestros días? “La capacidad de interioridad, una mayor apertura del espíritu, un estilo de vida que sepa sustraerse a lo que es ruidoso e invasivo, deben volver a parecernos metas que colocar entre nuestras prioridades. En Pablo encontramos la exhortación a reforzarse en el hombre interior (Ef 3,16). Seamos honrados: hoy hay una hipertrofia del hombre exterior y un debilitamiento preocupante de su energía interior” (J. Ratzinger, Fede, Verità, Tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo, Cantagalli, Siena 2003, p. 167).


martes, 31 de mayo de 2011

¿Y DONDE ESTABA DIOS CUANDO……….?



La pasada temporada de Semana Santa fue una época de reflexión no sólo para nosotros los cristianos católicos sino para todo ser humano pensante. Las catástrofes que han sucedido y que aún persisten hacen que muchos miren al firmamento y se pregunten: ¿Donde está Dios?.. ¿Por qué nos hace esto? ¿Por qué estos eventos afectan a los más necesitados?

Para el cristiano actual no es fácil vivir; se debate entre el temor y la esperanza. El temor a los hechos cotidianos de vandalismos, atentados contra la vida humana (incluidos el aborto y el abandono de recién nacidos), guerrillas, paramilitarísmo, narcotráfico corrupción social y política, etc. Y la esperanza en una vida mejor (Jn 5,24; Jn 2,16-18; Lc3,18-21).

Cómo evangelizar, cómo mantener y aumentar nuestra fe afectada por dichos eventos que confirman la finitud humana y que para nosotros los creyentes nos afirman la necesidad de volver a Dios.

Dios es el principio y fin de todo lo creado, la vida en todo ser viviente, el espíritu en todas las almas (Gén 1; Gén 2,7).

El desarrollo tecnológico y el biológico aun cuando se pueden considerar como progreso humano ya que trae beneficios de aprovechamientos energéticos (fisión nuclear), la reducción de la incidencia de las enfermedades contagiosas, etc.; también dejan daños colaterales como mutaciones y apariciones de nuevas epidemias, algunas “fabricadas” para aumentar el consumo de medicamentos; secuelas fisiológicas de largo plazo y nuevos productos químicos para fumigación con el fin de controlar insectos, virus y bacterias que son concebidos por el hombre en su desmesurada soberbia de ser como Dios, trocar el equilibrio de la naturaleza y que traen como consecuencia sequías, erosión e inundaciones.
La naturaleza ultrajada se cobra venganza y nos enseña que no somos tan inteligentes como creemos. (Jn 3,19-21).

Volver a Dios es acrecentar nuestra fe, es tener conciencia de que Él está presente en todas las criaturas, es respetar la naturaleza por Él creada, es conocer que aunque la esencia de DIOS es un misterio sólo comprensible para Él mismo, nosotros somos capaces de formarnos una idea adecuada de su ESENCIA que es puro AMOR.

No busquemos a DIOS en las alturas y busquémoslo dentro de nosotros; pensemos y cuestionémonos cada vez que talemos árboles; echemos basuras a la calle, arroyos, caños, ríos; ó construyamos inadecuadamente a orillas de vertimientos de agua para luego quejarnos de la falta de ayudas.

No es fácil una tarea de concientización como ésta, pero cada uno de nosotros podemos hacerla llegar a los amigos cercanos, a las familias de nuestras comunidades, a los compañeros de trabajo ó estudio, etc.

Eduquemos a los niños y a los jóvenes desde ya con el respeto a la naturaleza creada por Dios y así podemos decir que en algo hemos podido contribuir a mejorar nuestro pueblo, ciudad, nación y mundo.

Escrito por: MIGUEL ANGEL VELASCO PUELLO

(Comunidad Filadelfia) Barranquilla, Mayo de 2011

domingo, 29 de mayo de 2011

¡Dar al mundo lo que el mundo necesita de vosotros!

Cuando me propusieron escribir sobre el papel de los laicos en la Nueva Evangelización, lo primero que me vino a la cabeza fueron estas palabras de Juan Pablo II: "Cada laico cristiano es una obra extraordinaria de la gracia de Dios y está llamado a las más altas cimas de la santidad".
¡Qué extraordinaria manera de llamarnos a la responsabilidad ante este gran reto que supone nuestra vocación a la santidad!


Una santidad que se logra en la normalidad de cada una de nuestras vidas, y con las circunstancias concretas que Dios ha elegido para cada uno de nosotros. Porque es en la familia, el trabajo, la cultura y los medios de comunicación, la política y el deporte, etc., donde, sin rarezas, y dejando a un lado apariencias forzadas y/o forzosas, tenemos que hacer presente el rostro de Cristo. Es verdad, que "a veces, los seglares, hombres y mujeres, no parecen apreciar del todo la dignidad y vocación que nos es propia como laicos", tal y como afirmaba Juan Pablo II. Pero nosotros sabemos que "no, no se puede hablar de un "vulgar seglar", porque todos vosotros habéis sido llamados a… desempeñar vuestro papel en la evangelización del mundo". (Juan Pablo II, Limerick (Irlanda), 1-X-1979).

De ahí que un conocido mío diga con frecuencia: "Si los laicos no existieran en la Iglesia, habría que inventarlos". A fin de cuentas, los fieles laicos estamos en todas partes, porque nuestro lugar es el mundo, porque somos "de todas partes"; no somos "como ellos", como los demás hombres y mujeres del mundo; no, somos "ellos"; y tenemos la responsabilidad divina de "transformar, iluminar y redimir" nuestro mundo, haciendo atractivos el Bien y la Verdad.


Puesto que, como viene recordándonos Benedicto XVI:"uno de los principales objetivos de la actividad del laicado es la renovación moral de la sociedad, que no puede ser superficial, parcial e inmediata. Debería caracterizarse por una profunda transformación del ethos de los hombres, es decir, por la aceptación de una oportuna jerarquía de valores, según la cual se formen las actitudes".

Y para esta tarea inmensa que tenemos ante nosotros, para "tocar" los corazones de los que nos rodean, se necesitan personas piadosas, alegres, valientes y sin complejos. Hombres y mujeres bien formados, que tengan argumentos para hacer frente a los ataques contra la familia, la vida, el matrimonio, la educación, etc. Cristianos de una pieza, sin doblez ni engaño, que cautiven a los hombres con su ejemplo lleno de optimismo, de amor y de esperanza. Puesto que, "el hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y en los hechos que en las teorías" (Redemptoris Missio, n. 42). El secreto es sencillo: estar enamorados de Cristo. Esta es nuestra fuerza: el amor a las personas porque amamos a Jesucristo.



(Escrito por Remedios Falaguera. Tomado de Novedades Fluvium)

jueves, 26 de mayo de 2011

LA PALABRA DE DIOS




En su Palabra hoy el Señor nos invita a permanecer en su Amor. Y esto implica que Él debe estar por encima de todas nuestras opciones y nuestras prioridades en la vida. Es depositar toda nuestra confianza en Él que como Padre amoroso cuida de nosotros frente a las dificultades del camino, nos fortalece en la prueba y nos saca victoriosos en la lucha frente al enemigo. Parte de las virtudes que tenemos que desarrollar los cristianos está en atender las exigencias de nuestra vida en el mundo, manteniéndolo a Él como nuestra primera y más importante prioridad. Él es nuestro dueño. Pagó con su propia sangre nuestra salvación y su oferta de vida eterna para nosotros.

Ciertamente la vida en el mundo nos llena de prioridades temporales y amenazantes. En el trabajo, por ejemplo, en algunas ocasiones, somos objeto de exigencias y de presiones de aquella persona que es nuestro jefe, cuya dependencia nos exige llevar una buena relación con él, en circunstancias que van más allá de un buen desempeño y que debemos permanentemente discernir. En los negocios, tenemos que mantener una relación cordial y de construcción de confianza mutua, para que los negocios se den y podamos tener ingresos, sin sobrepasar los límites de nuestros propios principios y valores.


Hay momentos en los que por perseguir el logro de una estabilidad u obtener una ganancia económica fugaz, dejamos de lado nuestras propias prioridades y saltamos al vacío en espera de que los resultados se den. El mundo es así. Pero, para permanecer en el Amor del Señor es necesario no perderlo de vista a Él. Porque Él es nuestra suprema prioridad y debemos guardar sus mandamientos para que nuestra alegría en Él llegue a su plenitud. Esa es una virtud para alcanzar: ¿Cómo llevar mi vida en el hogar, en el trabajo, en los negocios y en el estudio, sin transgredir la Voluntad de Aquel que tanto me ama?

Nuestra respuesta al Señor debe ser una sola en todas partes. Jesús es la solución! “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mi, nunca tendrá sed”.

sábado, 21 de mayo de 2011

PIEDRAS VIVAS









A partir de una invitación por parte de la Parroquia San Cipriano en medio de una Eucaristía, se forma esta Pequeña Comunidad, que por primera vez se reunió el 29 de abril de 2009 y por consenso de todos se llamó Piedras Vivas, nombre de inspiración bíblica tomado de la Primera Carta de San Pedro 2. 4 – 6., conformada por 11 personas.



Parte de lo destacado de la Pequeña Comunidad en su momento fue la participación mayoritaria de parejas de esposos y el propósito de dar testimonio de la vida en Cristo en el servicio a los demás. A partir de este momento empezamos nuestro camino con el Señor.



La finalidad de Piedras Vivas es crecer espiritualmente, alimentarnos de la Palabra de Dios, discernirla y aplicarla a nuestras vidas. Nos reunimos cada 8 días, de manera rotativa, en la casa de uno de los integrantes para:



· Adorar al Señor
· Dar gracias por sus bendiciones
· Compartir con nuestros hermanos este sentir.
· Conocer, discernir y hacer vida la Palabra.
· Reconfortarnos como hermanos ante nuestras dificultades.
· Brindar palabras de aliento y fortaleza a quien lo necesite.
· Formarnos en el conocimiento de la Doctrina de la Iglesia
· Reforzar la cultura de la caridad y la solidaridad.



Una vez al mes nos reunimos en el templo de la Parroquia, para celebrar la Eucaristía donde se hacen presente los participantes de todas las 6 Comunidades.



Actualmente somos 11 personas de las cuales 5 estamos desde su inicio y las demás han llegado por invitación de sus integrantes, esperamos continuar creciendo más espiritualmente, en servicio y en el número de miembros, así como acercarnos cada día más al Señor.


Los miembros actuales son: Eduardo Esparza y Carmenza Villalobos (Responsables de la Comunidad), Inesita Cifuentes y su hija Andrea, Héctor León y Olga Lucia de León, Juliete Cardozo y su esposo Rodrigo, Hoover de Jesús García, Gonzalo Hurtado y Álvaro Vargas.


Escrito por: Eduardo Esparza y Sra.

domingo, 15 de mayo de 2011

Bingo Pro-Vocaciones Sacerdotales







El pasado 15 de mayo de 2011, se llevó a efecto en las instalaciones del Seminario de los Misioneros de los Santos Apóstoles, un día de Bazar organizado por el equipo de Laicos por las Vocaciones MSA, al que asistieron un numeroso grupo de laicos comprometidos de las Parroquias Madre de la Divina Providencia, Divino Niño Jesús de Praga y San Cipriano. El evento que se inició a las 10:00 a.m. con una Eucaristía, presidida por el Padre John Henry Buitrago M.S.A., Director de la Pastoral Vocacional dentro de la comunidad, y concelebrada por tres sacerdotes MSA.

El programa tuvo como finalidad realizar una actividad de integración comunitaria que generara recursos económicos para apoyar las vocaciones sacerdotales de los Misioneros de los Santos Apóstoles y un mayor compromiso de todos los miembros de esta importante pastoral.





La ejecución de este propósito contó con el favor divino, expresado en un día soleado que le dio un marco alegre a la reunión. Las familias de laicos asistentes tuvieron la oportunidad de degustar y consumir deliciosos platos de la comida criolla, a precios muy razonables y al alcance de todos. Entre los menús más destacados había carne a la parrilla, tamales, bandeja paisa, lechona tolimense, sopa de arroz y empanadas.



De otra parte, los postres no fueron menos llamativos: torta de amapola, arroz en leche, masato y mantecada, cuajada con melado, gelatinas, natillas con dulce de mora, salpicón y otras delicias similares. La oferta gastronómica fue irresistible! Todo se vendió. Y las finanzas de nuestras vocaciones se fortalecieron.











La parte artística y de entretenimiento fue muy agradable. Tuvimos la presentación de tres números de danzas colombianas, por parte del grupo de danzas de la tercera edad que promueve la pastoral social de San Cipriano, coordinada por la T.O. Luz Vive Garzón. Así mismo se presentó un grupo de música andina proveniente de la localidad de Usme que motivó baile entre algunos asistentes.













Un fuerte atractivo de la reunión fue la celebración de un Bingo que tuvo seis (6) juegos con premios así: el primero con premio de $100.000, el segundo con premio sorpresa, el tercero con premio de una plancha, el cuarto con otro premio sorpresa, el quinto con premio de $250.000 y el sexto bingo con premio de $500.000 en efectivo. Todos los premios fueron entregados por el Padre John Henry Buitrago M.S.A. La logística del transporte fue buena y todos regresamos a las 7:00 p.m. Véanse las fotos que ilustran esta información.