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lunes, 12 de marzo de 2012

No hay una comunicación directa con Dios para la absolución de los pecados

Por José Antonio Varela Vidal
ROMA, domingo 11 marzo 2012 (ZENIT.org).- En su reciente discurso a la Penitenciaría Apostólica, el papa insistió en que “la nueva evangelización parte también del confesionario”, porque solo quien se ha dejado renovar profundamente por la Gracia divina, puede llevar en sí mismo y por tanto anunciar, la novedad del Evangelio.
En este contexto cuaresmal, ZENIT entrevistó al padre Hernán Jiménez, confesor de la basílica Santa María la Mayor de Roma, quien forma parte de una antigua tradición que confió a la orden dominica el encargo de atender a los penitentes de uno de los cuatro templos papales. Y les recuerda a los turistas y fieles que pueden confesarse en alguna de las muchas lenguas modernas --y antiguas como el latín--, que ofrecen como servicio los hijos de santo Domingo de Guzmán.
Parece que en estos días de Cuaresma hay una mayor afluencia de personas que acuden al sacramento de la reconciliación…
--P. Jiménez: Hay mucha afluencia porque con motivo de la Pascua los cristianos quieren reconciliarse con el Señor. La Iglesia les recuerda que tienen la posibilidad de retomar el camino al Padre que espera al hijo, que reconoce haberse equivocado y regresa a pedirle perdón, como hijo. Este es el tiempo mas favorable para nuestra conversión.
¿Por qué la Cuaresma es un tiempo privilegiado para acudir a este sacramento?
--P. Jiménez: Porque a través de la oración, de la penitencia moral, mas que corporal, las obras de caridad nos hacen participar más íntimamente a la pasión y a la resurrección del Señor. Es una preparación a la Pascua, que nos hace tomar conciencia de la necesidad de reconocernos amados por Dios, nuestro Padre. Porque todo cristiano creyente debe vivir y sentir la necesidad de su conversión.
¿Dios perdona siempre? ¿Acaso Dios perdona todo?
--P. Jiménez: Dios como padre bueno, compasivo y misericordioso perdona siempre todas nuestras faltas y pecados. Dios perdona todo si el hombre humildemente se reconoce pecador, como dice Mateo 18, 21 y siguientes.
¿Cada cuánto tiempo debe confesarse un católico?
--P. Jiménez: Por lo general con mucha frecuencia y en manera particular una vez en el año y posiblemente en Pascua. Es decir, depende del grado de conciencia en la relación con Dios: más conciencia se tiene de la presencia de Él, más fuerte es la necesidad de pureza. Más se vive junto con el Señor con el espíritu de fe, mucho más buscamos vivir nuestra vida con gran rectitud.
¿Cuál es la mejor forma de prepararse para la confesión?
--P. Jiménez: Haciendo el examen de conciencia sobre los mandamientos, los preceptos de la Iglesia, el precepto de la caridad fraterna. Y también con todos nuestros deberes de cristianos, como verdaderos creyentes y practicantes.
Hoy ya no se manda solo rezar como penitencia, sino también hay acciones, diríamos 'de resarcimiento', ¿es esto oficial, es decir, estas pueden reemplazar
a las oraciones mismas?
--P. Jiménez: Las obras de caridad remplazan muy bien la oración, porque el resarcimiento o restitución es una obligación de justicia.

¿Existe acaso la confesión "directa con Dios", tal como argumentan algunos? ¿Cuál es la diferencia de esa práctica con el sacramento de la Reconciliación?

--P. Jiménez: Con Dios hay una comunicación directa con la oración y la meditación interior, pero nunca la remisión de los pecados. Según el mandato del Señor, solamente los apóstoles y sus sucesores, los sacerdotes, lo hacen.

¿Cuál es la base bíblica del perdón de los pecados ejercida por un sacerdote frente a un penitente? ¿Él actúa en nombre de Dios o lo hace por su propio poder de consagrado?

--P. Jiménez: La base la encontramos en los Evangelios, en Juan 20, 22-23. El sacerdote actúa en el nombre de Dios y lo hace por el mandato de la Iglesia que recibe en la ordenación sacerdotal. El sacerdote remite todo pecado con la formula: “… en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

¿Ya los apóstoles se confesaban?

--P. Jiménez: No tenemos ningún documento ni tampoco en los evangelios, pero se deduce por la debilidad de nuestra naturaleza. Ellos eran también como los demás, pobres hombres y pecadores.

¿Desde cuándo empezó la confesión en la Iglesia, tal como la conocemos hoy?

--P. Jiménez: Desde los primeros tiempos de la Iglesia en que era pública. Después, en el siglo IV empezó a ser privada o auricular.

¿Desde qué edad y hasta cuándo está mandado que un católico se confiese?

--P. Jiménez: En cualquier edad. Pero la Iglesia aconseja practicarla con la primera comunión. Y, hasta que tenga uso de razón, porque debe ser consciente de su vida moral y de creyente.

El papa Benedicto XVI dijo que a los enfermos hay que llevarles la confesión siempre. ¿Se puede pecar cuando uno está sufriendo, postrado en una cama?

--P. Jiménez: Es para la serenidad y la tranquilidad de la conciencia y para darle sostén, fuerza y consuelo en el sufrimiento corporal.

El que no está casado por la Iglesia, ¿puede confesarse?

--P. Jiménez: No, puede porque vive en estado de pecado.

¿De qué modo el sacramento de la reconciliación podría ser un elemento importante para la nueva evangelización querida por el Papa?

--P. Jiménez: La reconciliación es muy importante e indispensable para todo cristiano, especialmente en este periodo histórico en que el pueblo busca alejarse de los sacramentos. Y porque a través de la toma de conciencia, reconociendo con gran humildad la miseria y la debilidad de su naturaleza humana delante de Dios y de los demás, lo hace más humano y sensible al otro y de un modo especial a ese Otro que es Dios.

Es una antigua tradición que los confesionarios de la basílica papal Santa María la Mayor de Roma estén a cargo de los padres dominicos, ¿no?

--P. Jiménez: Es una antigua tradición desde la fundación de la Penitenciaria Apostólica hecha por el papa Pio V, quien en 1568 la confió a los padres Dominicos.

Vemos que las personas se pueden confesar en varias lenguas con ustedes...

--P. Jiménez: En latín y en todas las demás lenguas modernas. Se busca cubrir la mayor parte de los idiomas con mucha diligencia y preocupación apostólica.

¿Cuántas horas confiesa usted al día? ¿Lo hace todos los días de la semana?

--P. Jiménez: Todos estamos dedicados en este ministerio de la Reconciliación por lo menos 23 horas semanales. Depende del día, con un día y medio de descanso semanal.

Se dice que los confesores tienen una 'terapia' para no 'cargarse' con tantos pecados que escuchan... ¿Necesita usted de ese tipo de ayudas?

--P. Jiménez: Para nada. Todos, con gran espíritu de fe y generosidad fraterna, realizamos esta misión apostólica. No hay ninguna terapia, la única es la reconciliación con Dios a través de su misericordia y perdón.

¿Quiénes se confiesan más, los hombres o las mujeres? ¿Los mayores o los más jóvenes?

--P. Jiménez: Todas la categorías de personas sin ninguna distinción. Muchos son jóvenes, mujeres y los mayores.

A nivel general, ¿podría decirnos con qué angustias y dolores acuden hoy las personas a confesarse?

--P. Jiménez: La angustia es por los pecados cometidos y salen con mucha paz interior y gozo espiritual. Y también influyen los problemas de nuestra sociedad actual, como la soledad, la falta de trabajo, falta de recursos económicos, entre otros.

Se dice que los papas se confiesan seguido, y que el beato Juan Pablo II lo hacía semanalmente... ¿Benedicto XVI ha seguido esta práctica?

--P. Jiménez: Claro, como todo cristiano y buen pastor de la Iglesia universal: nadie es impecable y perfecto en este mundo. También el papa actual se confiesa regularmente.

¿Qué le diría a algunos de nuestros lectores, que no se animan a confesarse aún en esta Cuaresma?

--P. Jiménez: A confrontarse humildemente con la palabra de Dios y seguir toda inspiración divina para llegar a una autentica vida de conversión. Aprovechando toda ayuda que el Señor en su paciente misericordia pone a nuestro alcance. Es decir, no privarse de una válida ayuda para sus vidas que es espiritual y moral. 

sábado, 21 de enero de 2012

NUESTRA AMISTAD CON DIOS

Dios es Amor. Hablar de Dios es hablar de su Bondad y de su Misericordia



Por Amor y para amarle nos ha creado, adoptado como hijos suyos y redimido en su Pasión. Espera y tiene derecho a nuestra adoración, agradecimiento, etc. Amor con amor se paga. Corresponder con regateos, indiferencia, vivir como si no existiera es ante todo ingratitud, pero también ofensa. "Salid al encuentro de Dios, que nos busca con un amor tan grande que difícilmente logramos entender” (Juan Pablo II en Santiago, 1989).


El Pecado es sobre todo des-amor


Es siempre un desorden (nos separa del fin para el que hemos sido creados); es siempre una desobediencia (a la legítima autoridad de nuestro Padre Amoroso); es siempre un menosprecio de la Pasión y Muerte de Cristo, que sufre para purificarnos y levantarnos. Pero, sobre todo, es desamor, ingratitud, pobreza de corazón, falta de correspondencia amorosa al Amor que Dios constantemente nos demuestra. Pero Dios es siempre fiel, no nos abandona y, a pesar de los pesares, ha dispuesto los medios para alcanzar su perdón y vivir su misma Vida: la Confesión, el sacramento de la Penitencia y de la alegría. "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (el perdón)" (Romanos, 5, 20). Nunca somos tan grandes como cuando nos ponemos de rodillas.


Necesidad constante de conversión


Somos criaturas autónomas: libres. Dios ha querido correr el riesgo de nuestra libertad. Dios no se impone, pero no somos seres independientes de Dios, le pertenecemos. Hemos de reconocer su Presencia y su condición de Creador y Padre. La auténtica libertad no es hacer lo que nos da la gana, sino hacer lo que debemos hacer porque nos da la gana, por Amor.


"La restauración del sentido del pecado es la primera medida para enfrentarse a la grave crisis espiritual que pesa sobre el hombre de hoy" (Juan Pablo II, 31.V.88). "Estas crisis mundiales, son crisis de santos" (San Josemaría Escrivá, Camino, 301). Necesitamos renovarnos; sólo la conversión de los corazones renovará la sociedad. Cristo nos quiere empeñados por la santidad, nos quiere muy suyos, auténticos discípulos; si fracasamos como cristianos, fracasamos como hombres.


Para recorrer este camino hemos de comenzar por reconocernos pecadores, necesitados de perdón. "Es humano que el hombre, habiendo pecado, lo reconozca y pida misericordia. Es inaceptable que se haga de la propia debilidad el criterio de la verdad para justificarse a uno mismo" (Juan Pablo II, Encíclica Veritatis Splendor). Si algo del hombre enamora a Dios es nuestra capacidad de arrepentimiento.


La vida cristiana se cimienta sobre el deseo eficaz de recuperar, conservar e incrementar el estado de gracia, la amistad con Dios, "el conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida" (Juan Pablo II, Encíclica Veritatis Splendor).


El principio indispensable para comenzar y recomenzar es "limpiar fondos": hacer una buena confesión. Todo lo demás adquiere sentido y se consolida a partir de la reconciliación con Dios. No se puede edificar sobre arena movediza; para que la semilla (Palabra de Dios: formación) arraigue y dé fruto (virtudes y amor a Dios), necesita un terreno en condiciones.


En la confesión -además de ser el único modo para gozar de la certeza del perdón de nuestros pecados- recibimos la gracia necesaria y los consejos oportunos para luchar, precisamente, en aquellas cosas de las que nos acusamos.


La confesión explicada por el Papa Juan Pablo II


Permanecemos evidentemente perplejos ante el abandono del Sacramento de la Penitencia por parte de muchos fieles y haremos todo lo posible por instruir y persuadir a todos de la necesidad de recibir el perdón de Dios de forma personal, ferviente y frecuentemente (Alocución, 15.VII.83).


Nadie puede cancelar el pasado. Ni aún el mejor psicólogo puede librar al hombre del peso del pasado. Sólo la Omnipotencia de Dios puede, con su amor creador, construir con nosotros un nuevo comienzo: ésta es la grandeza del Sacramento del perdón (Homilía, 26.VI.88). No se limita a olvidar el pasado, como si se extendiera sobre él un velo efímero, sino que nos lleva a un cambio radical de la mente, del corazón y de la conducta. La confesión sacramental no constituye una represión, sino una liberación. Tened pues la valentía del arrepentimiento. ¡Esto os hará libres! (Alocución, 5.IV.79).

Gracias al amor y misericordia de Dios, no hay pecado por grande que sea que no pueda ser perdonado; no hay pecador que sea rechazado. Toda persona que se arrepienta será recibida por Jesucristo con perdón y amor inmenso (Alocución, 29.IX.79). "Hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve que no necesitan penitencia" (Lucas, 15,7).

Este poder de perdonar los pecados Jesús lo confiere, mediante el Espíritu Santo, a simples hombres, sujetos ellos mismos a la insidia del pecado: "Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos" (Juan. 20, 22). Es ésta una de las novedades evangélicas más notables.

El Sacerdote, ministro de la Penitencia, actúa in persona Christi, en la persona de Cristo. Confesamos nuestros pecados a Dios mismo, aunque en el confesonario los escucha el hombre-sacerdote (Homilía, 16.III.80). Por otra parte, los miembros del Pueblo de Dios, con instinto sobrenatural, saben reconocer en sus sacerdotes a Cristo mismo, que los recibe y perdona, y agradecen de corazón la capacidad de acogida, la palabra de luz y consuelo con que acompaña la absolución de sus pecados (Alocución, 30.XI.83).

"La confesión, hijos míos, es la manifestación más hermosa del Poder y del Amor de Dios. Un Dios que perdona... ¡¿no es una maravilla?! Es un Sacramento que limpia, purifica, enaltece y diviniza: que nos da fuerza para salir adelante en los caminos de la tierra, que nos pone en condiciones de ser eficaces " (San Josemaría).

Fuente: Catholic.net - Autor: Fernando Arévalo escribió para buenasideas.org