3. El apego a las propias ideas o planes
El éxito nos encanta. Somos seres humanos.
Queremos que nuestros proyectos salgan bien e incluso rezamos para que esto sea
así. No tiene nada de malo, es más, Dios también quiere que nuestras empresas
evangelizadores salgan adelante. Sin embargo, el demonio sabe muy bien que el
corazón humano a veces se entrega demasiado a los propios proyectos. El hecho
de que nuestras obras busquen la evangelización no nos hace inmunes a
desarrollar apegos mundanos con nuestro proyectos. Apegos que nos hacen olvidar
la centralidad de Dios y su gracia y nos ponen a nosotros como los
protagonistas y los héroes indispensables de ese apostolado concreto. El
demonio goza cuando logra disfrazar la filaucia de celo apostólico; por eso nunca
está demás poner en las manos del Señor, especialmente en el Sagrario, nuestro
corazón y todos nuestros proyectos. Hablar con confianza de cada uno de ellos y
dejar que el Señor nos interpele y nos ayude a ponerle siempre a Él en el
centro, aunque eso signifique -gracias a Dios- hacer retroceder nuestra hambre
de protagonismo.
4. Hacernos sentir los justicieros de Dios
¡Qué lindo! Vivimos la pureza, vamos a
misa, pensamos como cristianos y ayudamos a las viejitas a cruzar la calle.
Agarrémonos entonces de las manos, hagamos una ronda y no dejemos entrar a
ninguna persona en nuestro círculo de diáfana virtud. ¿Te parece esta una
actitud cristiano? ¡Claro que no! pero la dura verdad es que enjuiciar y
despreciar a los demás por no vivir o pensar como nosotros es una práctica
común cuando la propia vida espiritual no es lo suficientemente madura. Esta es
otra gran tentación de la que se vale el demonio para introducir la filaucia en
nuestras almas: nos hace experimentar el gusto fariseo de ser los justicieros
de Dios; aquellos con poder para definir quién vive la fe y quién no. Inclusive
podríamos a hacer largas vigilias de reparación por los pecados de los demás;
rezando y llorando por un mundo que se cae a pedazos cuando a pedazos — en
realidad — se desgaja el corazón de Dios al vernos sumergidos en un ciego y
torpe amor propio.
La verdad es que los justicieros de Dios,
con sus condenas y sus poses, están muy alejados de la mirada de misericordia y
amor que Dios nos pide. Es importante que el cristiano que ha caído en esta
tentación identifique aquellos juicios condenatorios o aquellos sentimientos de
superioridad que le han embotado el corazón y los ponga con humildad a los pies
del Dios que no bromeaba cuando decía que las prostitutas y los publicanos
precederían a los fariseos en el Reino de los Cielos.
Solo para mencionarlo, esta tentación
también se cuela en el mundo de las ideas. Ocurre cuando nuestra propia
interpretación de la fe se vuelve la norma universal para juzgar las reflexión
y comprensión que otros tienen de la doctrina católica. Dice el P. Rupnik: “Así
las ideas se convierten en idolatría, y siguiendo ese camino se puede llegar a
confundir la fe con un filón de pensamiento preciso, con una escuela precisa,
incluso con un método preciso, perdiendo así un enganche real con Cristo
Salvador”. En el fondo se produce una ideologización de la fe que puede llegar
al extremo de descartar cualquier opinión que se oponga a la propia, incluida
la voz del propio obispo, la voz del Papa o la del Magisterio de la Iglesia.
5. Pensamientos conformes a la Psique
Como ya comenté, cuando el cristiano crece
en su vida espiritual el maligno debe volverse más refinado para poder
introducir su aguijón en nuestras vidas. Un modo muy astuto de
hacerlo — percibido, estudiado y combatido por los padres del desierto — es el
de inspirar pensamientos conforme a las características de la persona; es
decir, a quien es valiente le inspirará pensamientos de entrega y coraje, quien
es devoto pensamientos de piedad y mortificación, quien es generoso
pensamientos en la linea de la caridad y la defensa de los pobres, etc. Dice el
P. Rupnik: “El enemigo llega a fingir que reza con quien reza, ayuna con el que
ayuna, que hace caridad con quien da limosna, para atraer la atención, entrar
por las puertas de la persona y después hacerla salir donde él quería
llevarla”.
El demonio conoce nuestro mundo interior y
lo tiene en cuenta. Es fundamental que nosotros también lo conozcamos y sepamos
hacer un fino examen de conciencia (¡que es oración!) con vistas a reconocer
dónde crece el trigo y dónde fue sembrada la cizaña. El criterio último de
discernimiento debe ser el plan de Dios en nuestras vidas. Hay muchas cosas
buenas y santas que podríamos hacer que no son parte de lo que Dios quiere para
nosotros. La prudencia, fundada en el plan divino, debe siempre regular a la
caridad.
6. La falsa perfección
Esta probablemente te sorprenda. El maligno
también es capaz de tentarnos con cosas que podemos superar fácilmente con el
objetivo de hacernos sentir personas buenas y luchadoras, con un nivel decente
de virtud en nuestras vidas. Advierte el P. Rupnik: “Se cae así en la trampa más
peligrosa, la de la soberbia espiritual. No son los hombres los que consiguen
vencer al príncipe de las tinieblas, sino que es sólo Dios el que vence, es el
Espíritu Santo quien nos comunica la fuerza del Señor de la luz para desechar
las tinieblas y vencer los engaños del tentador”. Esta soberbia espiritual va
de la mano con la falsa creencia de que somos capaces de vencer cualquier
tentación si es que nos lo proponemos. Dios y su gracia salen inconscientemente
del panorama del combate espiritual y el terreno queda servido para que el
tentador muestre su verdadero rostro. Lo terrible de este modo de filaucía
espiritual es que el cristiano vencido tratará de recuperarse subiendo por la
misma escalera que le permitió alcanzar su pasado grado de virtud; es decir, la
escalera del voluntarismo. La oración acompañará sus esfuerzos pero no será el
corazón de su combate porque el tentador se ha asegurado de hacerle creer que
puede lograrlo por él mismo. ¡Qué gran mentira!
La siguiente movida del maligno, y hay que
estar atentos, será hacerlo abandonar la esperanza de ser ayudado por Dios para
finalmente llevarlo a desesperar de su misericordia. Es irónico pero es cierto.
El cristiano abandona la esperanza de recibir una ayuda que nunca pidió, y
desespera de la misericordia divina cuando su objetivo no fue el perdón, sino
recuperar la paz que le producía sentirse bueno y virtuoso. En el fondo, con la
filaucía el maligno desubica al cristiano y lo coloca inerme en batallas cuyo
resultado está previamente definido: perderá.
Es esencial saber que la verdadera
perfección cristiana se vive en clave de morir y resucitar constantemente. Se
expresa en un amor humilde que nunca se pone por encima de los demás ni se
envanece con sus logros o capacidades. No haya paz en la auto contemplación
sino en la felicidad de quienes están a su lado. Es una perfección que se sabe
profunda y constantemente necesitada del auxilio de Dios porque reconoce su
pequeñez ante el misterio del amor al que está llamada. Sus conquistas no las
atribuye a sí misma sino que las agradece porque siempre son dones recibidos.
Ante la perfección cristiana lo único que el maligno puede hacer es controlar
su impotencia.
Autor: Mauricio Artieda Director at Catholic-link
Es peruano y ha realizado estudios en
derecho y filosofía. Actualmente estudia Ciencias de la Comunicación en Roma.
Desde hace 3 años es profesor de religión católica.
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