Le propongo un ejercicio
sencillo:
1- Abra la Biblia en el Nuevo
Testamento, y lea algo de lo que dice y hace Jesús entre los discípulos y la
gente.
2- Después de leer algo de Jesús
entre los discípulos y la gente, piense en el sagrario. El sagrario es el lugar
más importante de las capillas y los templos católicos, porque ahí se
reservaron las hostias consagradas en la santa misa, y por lo tanto, allí en el
sagrario está Jesucristo, presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la
Eucaristía. Es el misterio de nuestra fe...
3- Física o espiritualmente
delante del sagrario piense: ‘Ese Jesús que aparece en el Evangelio, que nació
de María Virgen, que murió por el perdón de los pecados, resucitó al tercer día
y subió al cielo a prepararnos un lugar; ese Jesús del evangelio es el mismo
Jesús del sagrario que hoy me ofrece su Amor generoso, desmedido. Acepto el
amor de Jesús, me cura del mal y me llena de la fuerza de la vida.
El Amor del Hijo de Dios me
cambia el corazón, me dice lo que soy, me da la identidad más importante, me
marca hondo por el Bautismo, con el signo imborrable de hijo adoptivo de Dios.
El amor de Jesús, Hijo de Dios, me da la pertenencia a la familia la Iglesia y
me misiona a vivir en el amor a Dios y al prójimo.
4- En la presencia de Jesús
sacramentado, decido y me propongo amar. El amor es el camino y la exigencia de
todo el que se hace discípulo de Jesús, y peregrina con Jesús y sus hermanos a
la casa del Padre Dios.
Señor Jesús, quiero hacerme
prójimo, quiero amar y servir al que hoy está a mi lado. Me propongo amar dando
la vida por el otro, como hiciste tu y como tu nos pides que hagamos nosotros.
Te ruego Jesús que vengas a mi corazón y habites en él como en un sagrario
vivo.
Autor: Guillermo Ortiz, S.J. | Fuente: Reflexiones Siglo XXI - Tomado de Catholic.net
No hay comentarios:
Publicar un comentario