Dentro de los efectos más
notorios, producto de la actual pandemia, en la vida de fe del mundo cristiano
católico y en el de otras denominaciones cristianas, encontramos con
preocupación un conjunto de restricciones en diferentes momentos de nuestra
vida eclesial y privada, que están afectando nuestras celebraciones, la vida
comunitaria y especialmente la realización de algunas de las actividades de
evangelización que se venían desarrollando con anterioridad.
Esto, particularmente nos
preocupa porque la naturaleza de la Iglesia Católica es de carácter misionero.
Jesucristo antes de subir al cielo y sentarse a la derecha de Dios Padre (cf
Efesios 1,20), envió a sus discípulos a proclamar la Buena Noticia al mundo
entero diciéndoles: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he enseñado” (Mateo 28, 19-20). Ellos
representaban un pequeño grupo de testigos de Jesús de Nazaret, de su vida
terrena, de su enseñanza, de su muerte y sobre todo de su resurrección (Hechos
1, 22). La Constitución Lumen Gentium acoge junto al mandato misionero del
Señor las palabras del Apóstol Pablo, «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!»
(1Cor 9, 16); poco después añade: «Todos los discípulos de Cristo han recibido
el encargo de extender la fe según sus posibilidades» (LG II, 17). Dicho de
otra manera: la Iglesia existe porque sigue en vigor el envío misionero que ha
recibido del Señor. Frente a este objetivo la situación del momento actual ha
impedido en un comienzo y ha restringido posteriormente las celebraciones
Eucarísticas, que son el culmen de nuestras celebraciones de fe. Igualmente ha
afectado las celebraciones de la vida sacramental en cuanto que no se pueden efectuar
reuniones en los templos. Incluso los sacramentos de la Penitencia y la
Eucaristía han sufrido claras restricciones de forma en su operación. Las
actividades de los grupos comunitarios pastorales y litúrgicos han tenido que
sacrificar espacios de reunión, de formación y de trabajo extramural. Incluso
en algunos casos de temporal parálisis.
La Iglesia ha respondido a esta
contingencia respetando las medidas gubernamentales de control biosanitario y
de limitación de las celebraciones con los fieles. Si bien la gravedad de la
pandemia empieza a ceder un poco en algunos países, mientras que en Europa y
Brasil pareciera recrudecerse en su avance, es evidente que la actividad
evangelizadora reclama un replanteamiento en sus métodos, en su ardor y en su
desarrollo.
La Iglesia en su conjunto y
nosotros los laicos como miembros del Cuerpo Místico de Jesucristo, estamos en
la imperiosa necesidad de saber leer e interpretar los signos del tiempo
presente, para adecuar y reorientar la organización y desarrollo de nuestra
labor misionera. En esto los laicos tenemos claras responsabilidades. Cuando la
Iglesia Católica habla de ‘laicos’ se refiere a todos los fieles bautizados que
no forman parte de la jerarquía eclesiástica, es decir, que no pertenecen al
orden sacerdotal, o para decirlo más claramente, que no son diáconos,
sacerdotes u obispos, y tampoco pertenecen a la vida consagrada religiosa, es
decir, no son religiosas, frailes, etc. De los laicos, dice el Catecismo de la
Iglesia Católica que: ‘están incorporados a Cristo por el Bautismo, forman el
Pueblo de Dios y participan a su manera de las funciones de Cristo, Sacerdote,
Profeta y Rey’ (CIC 897). ‘Tienen como vocación propia el buscar el Reino de
Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios’ (898).
‘Deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la
Iglesia, sino de ser la Iglesia, es decir, la comunidad de los fieles sobre la
tierra bajo la guía del jefe común, el Romano Pontífice y los obispos en
comunión con él.’ (CIC 899). ‘Tienen la obligación y gozan del derecho… de
trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y recibido por
todos.’ (CIC 900).
Tradicionalmente se aplica la
expresión “ad gentes” al apostolado de Pablo, puesto que él mismo se llama
“apóstol de las gentes” (Rom 11,13). Para Pablo, esta acción evangelizadora se
concreta especialmente en el “primer anuncio”, es decir, en anunciar el
evangelio allí¬ donde todaví¬a no ha sido anunciado. Una realidad nunca
terminada
En la teologí¬a y en la acción
misionera actual, se distingue entre la misión ordinaria (en comunidades ya
evangelizadas) y la misión “ad gentes”, es decir, la acción apostólica especial
en comunidades o paí¬ses no suficientemente evangelizados. La misión “ad
gentes” es uno de los tres niveles de la misión eclesial: 1) actividad pastoral ordinaria; 2) “nueva
evangelización” o también “reevangelización”; 3) misión “ad gentes”. Cuando se
aplica la expresión “ad gentes” a la palabra misión, se quiere indicar que ésta
va dirigida “a todos los pueblos”.
La obligación principal de los
laicos, hombre y mujeres, según el Decreto Ad Gentes del Concilio Vaticano II,
es el testimonio de Cristo que deben dar con la vida y con la palabra en la
familia, en el grupo social y en el ámbito de su profesión. Siembren la fe de
Cristo entre sus compañeros de vida y de trabajo, obligación que urge más
porque muchos hombres no pueden oír hablar del Evangelio ni conocer a Cristo
más que a través de sus vecinos seglares.
A los escenarios conocidos para
evangelizar, como el hogar, la familia, el trabajo, el lugar de estudio y el
barrio o localidad, hoy han surgido nuevos escenarios que permiten sortear las
dificultades del momento presente. Entre ellos las diferentes redes sociales
ocupan un lugar importante por su recursividad. Plataformas como WhatsApp, meet
google, zoom entre otras, hoy permiten realizar reuniones virtuales de
discusión, aprendizaje o talleres experienciales, en los que el mensaje
evangélico puede ser bien comunicado.
Las pequeñas reuniones de una
familia bajo el acompañamiento de un agente de evangelización, son igualmente
posibles, si se siguen protocolos de bioseguridad confiables (distanciamiento,
uso de tapabocas, lavado de manos y adecuada aireación). En este tipo de reunión
tienen posibilidades de trabajo evangelizador los grupos marianos, de oración,
de lectura y discernimiento de la Palabra o de edificación espiritual. En estas
modalidades es clave hacer una buena concertación de las reuniones con los
anfitriones, para lograr una buena motivación y participación. Es ideal que los
Párrocos en cada sector, divulguen y promuevan estas experiencias. El ingreso a
una vivienda deberá depender exclusivamente de una invitación del residente.
Nunca debe visitarse a alguien en una unidad privada de vivienda sin invitación
previa. La preparación del animador de
la evangelización será clave para obtener buenos resultados.
“Cada Parroquia ha de renovarse en orden a aprovechar la totalidad de
sus potencialidades pastorales para llegar efectivamente a cuantos le están
encomendados. Con sus organismos e instituciones, ha de asumir decididamente un
estado de misión permanente, en primer lugar, dentro de su propio territorio,
dado que la parroquia es para todos los que integran su jurisdicción, tanto
para los ya bautizados, como para los que todavía ignoran a Jesucristo, lo
rechazan o prescinden de El en sus vidas” (NMA 72).