El mundo entero en todos sus rincones y en todos los niveles, tiene
una percepción clara de crisis que viene afectando, de manera progresiva la
vida de las personas, de las instituciones y en general de la sociedad. Son
múltiples los ejemplos que podrían citarse para soportar esta afirmación
inicial. Pero bástenos por ahora y para ilustrar el tema, referirnos a tres
hechos que impactan muy fuertemente nuestra existencia:
1. No hay un respeto por defender la vida de las
personas ni por conservar la naturaleza
2. Existen
desde frentes diversos, permanentes
ataques a la existencia de la vida familiar y todo lo que contribuya a conservarla
3. Hay una tendencia marcada a la materialización
de la vida de las personas. Se buscan satisfactores de corta duración en la
tenencia, uso y vanidad de bienes tecnológicos, en el mantenimiento de
relaciones superficiales y efímeras con los demás, se busca la obtención de
dinero, bienes materiales y el ejercicio del poder y la influencia sobre los
demás, como grandes objetivos del hombre actual.
En el centro de estos hechos, persiste una grave realidad aún mayor:
las nuevas generaciones de hombres y mujeres vienen experimentando un
alejamiento de Dios, de su Voluntad –que muchos no se interesan por
conocer- y un creciente relativismo, que
les hace perder la capacidad de diferenciar entre lo que es sano y bueno,
respecto a lo que es dañino y destructor para las personas. Un fruto de lo
anterior es la creciente corrupción que vivimos desde los niveles
gubernamentales hasta los más pobres y/o desposeídos. Curiosamente, en los
niveles más altos de educación técnica y profesional el fenómeno es más fuerte.
Estudiosos de las ciencias sociales y miembros de las iglesias cristianas,
entre ellas la Iglesia Católica, coinciden en afirmar que el origen de este
panorama está en la manera como nace, crece y se forman hoy las personas. Las
cifras son preocupantes. Un informe de Naciones Unidas sobre la situación
demográfica del mundo de 2014, establecía que “Más de la mitad de los
nacimientos se produce ahora fuera del matrimonio en Australia y en siete
países de Europa, que se han sumado a un grupo de países de América Latina y el
Caribe que tradicionalmente han tenido una elevada tasa de nacimientos
extramatrimoniales.”
Lo anterior indica que más de la mitad de los nacimientos se producen
fuera de una estructura de hogar conformado por un padre y una madre. La ausencia
de uno de los padres, habitualmente el hombre, genera a su vez carencias claves
en la formación de cada persona. Algunas de ellas son: referentes
desbalanceados de autoridad, ausencia de comprensión y valoración de los roles
por género, carencias en la formación de los hijos por falta de tiempo
disponible para la atención de los hijos, como es el caso de las madres cabezas
de familia de niveles socioeconómicos bajos, falta de acompañamiento de los
hijos en las etapas de la niñez y adolescencia, así mismo baja formación en principios
y valores. El resultado de todo esto no puede estar desconectado con dichas
carencias.
Por otro lado, es visible una tendencia en muchos ambientes, a
descristianizar o alejar de Dios a las personas, comunicando una falsa promesa
que promueve el progreso material de la gente con base únicamente en sus
propias fuerzas y acciones, independientemente de la naturaleza conveniente o
inconveniente de dichas actuaciones. Es aquí donde la actividad pastoral de la
Iglesia tiene una fuerte participación en el bienestar espiritual y material de
las personas.
La pastoral es la acción de la
Iglesia católica en el mundo o el conjunto de actividades por las cuales la
Iglesia realiza su misión, que consiste primariamente en continuar la acción de
Jesucristo.
La palabra pastoral deriva de pastor, que era un elemento constante en
el mundo bíblico. En la simbología bíblica, Dios es comparado con el pastor,
aquel que tiene al mismo tiempo autoridad y solicitud para con sus ovejas.
Jesús también es comparado con el buen pastor en el Evangelio de Juan. Como
institución, la Iglesia actúa no solo en la transmisión de ideas, valores e
ideologías, sino también en el servicio a la comunidad. La Iglesia Católica
realiza su acción a través de tres funciones pastorales:
·
Función profética: abarca las diversas formas
del ministerio de la Palabra de Dios (evangelización, catequesis y homilía),
bien como la formación espiritual de los católicos;
·
Función litúrgica: se refiere a la celebración
de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, de la oración y a los
sacramentales;
·
Función real: dice respecto a la promoción y
orientación de las comunidades, a la organización de la caridad y a la
animación cristiana de las realidades terrestres.
En el Decreto “Christus Dominus” promulgado en el Concilio Vaticano
II, se establecen las responsabilidades de la Iglesia, iniciando por los
Obispos en comunión episcopal con el Sumo Pontífice. En el numeral 12 de dicho
Decreto se establece:
“En el ejercicio de su
ministerio de enseñar, anuncien a los hombres el Evangelio de Cristo, deber que
sobresale entre los primeros de los Obispos, llamándolos a la fe con la
fortaleza del Espíritu o confirmándolos en la fe viva… …muéstrenles así mismo que las cosas
terrenas y las instituciones humanas, por la determinación de Dios Creador, se
ordenan también a la salvación de los hombres y, por consiguiente pueden
contribuir mucho, a la edificación del Cuerpo de Cristo”.
En el numeral 16 del mismo documento pontificio, con relación a “el
deber de apacentar” se establece que:
“En el ejercicio de su
ministerio de padre y de pastor, compórtense los obispos en medio de los suyos
como los que sirven (Cfr. Lc 22, 26-27), buenos pastores que conocen a sus
ovejas y son conocidos por ellas, verdaderos padres, que se distinguen por el
espíritu de amor y de preocupación para con todos, y a cuya autoridad, confiada
por Dios, todos se someten gustosamente.” Más adelante en el numeral 30 del
Decreto, refiriéndose al papel de los Párrocos, dice: “Procuren ante todo los
Párrocos conocer su propio rebaño. Más como servidores de todas las ovejas,
incrementen la vida cristiana tanto en
cada uno en particular como en sus familias y en las asociaciones, sobre todo
en las dedicadas al apostolado, y en toda la comunidad parroquial. Visiten pues
las casas y las escuelas, según les exija su deber pastoral. Atiendan
cuidadosamente a los adolescentes y a los jóvenes. Desplieguen la caridad
paterna con los pobres y los enfermos. Tengan finalmente un cuidado especial
con los obreros y esfuércense en conseguir que todos los fieles, ayuden en las
obras de apostolado”.
Así las cosas, es claro que las exigencias pastorales para los tiempos actuales, al cumplirlas, son un aporte fundamental para la construcción del Cuerpo de Cristo y la sociedad en general. Se requiere una pastoral activa de conversión, incluyente, misionera. Obispo, sacerdotes, laicos y pueblo de Dios unidos en un mismo propósito.