sábado, 27 de abril de 2013

Una pregunta clave


Siendo el amor un sentimiento tan puro y tan noble al que nadie puede sustraerse como una necesidad básica, ¿por qué es tan difícil amar a los demás? ¿Quién podría afirmar de manera creíble que no necesita ser amado por alguien o por los demás?

¿Qué le sucede a un bebé cuando después de nacer no recibe el contacto físico y amoroso de su madre? Sabemos bien que primero su salud emocional sufre y que luego su salud física se deteriora.

¿Qué le sucede a un joven cuando al ir a estudiar a su colegio, recibe trato distante, despectivo y falto de afecto? Sabemos que su autoestima sufre y que al menos que haga algo para superar estas barreras, su salud psicológica hará que su cuerpo somatice con efectos como estrés, vómito, gastritis y otras reacciones similares.

¿Qué le ocurre a cualquiera de nosotros, cuando en nuestro ambiente cotidiano de trabajo, nos sentimos no tomados en cuenta como persona en nuestras ideas, actos y emociones? Sabemos que esto genera desmotivación, en algunos casos agresividad, en otros, depresión y en el más pequeño de los efectos posibles, tensión y estrés!

Y eso que en estos ejemplos no hemos tocado el ambiente del hogar, porque allí un desamor o una falta de afecto es un desastre! Los seres humanos por la manera como el Creador nos ha hecho (alma + cuerpo + inteligencia + espíritu) no concebimos vivir la vida sin recibir afecto, lo que necesariamente implica, dar afecto! Pues si no damos.. tampoco recibiremos. Es un alimento indispensable para nuestra vida en comunidad.

Regresamos a la pregunta inicial ¿por qué entonces es tan difícil dar afecto a los demás?

Hoy, en el Evangelio según San Juan 13, 34-35 Jesús nos dice: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.

¡Qué tan lejos estamos de vivir este mandamiento! ¿Cómo llegar a crecer en el afecto en nuestra relación con los demás? El Papa Francisco nos da una clave para este propósito: el SERVICIO. Sí, el punto de partida puede ser el servicio, nacido de una convicción según la cual todos somos hijos del mismo Padre y hermanos en Cristo (¿difícil para los escépticos o los no conversos?). Dice nuestro querido Francisco: El poder de la Iglesia debe ser el servicio. Si la Iglesia como cuerpo místico de Cristo la integramos todos, incluso Ud. apreciado(a) lector(a), pues la práctica de servirnos unos a otros, de manera desinteresada y solidaria, es construir el fermento inicial del afecto, del acercamiento humano y confiado entre todos nosotros. ¿No siente Ud. afecto, en algún grado, por aquellos que le prestan un servicio, una ayuda o un apoyo en algún momento? Evidentemente que sí. De igual manera, Ud. despierta simpatías, afectos y acercamiento en aquellas personas a las que les presta u ofrece algún servicio o colaboración. Así las cosas, la práctica del servicio entre las personas, puede ser la antesala del afecto genuino, nacido de la solidaridad, del acompañamiento y de mostrar interés por las necesidades de los demás!

Es muy difícil llegar a sentir algún afecto por aquel vecino o vecina de su edificio o de su barrio, con el cual Ud. se cruza en cualquier lugar.. sin siquiera mirarlo a la cara y darle un saludo. Por lo contrario, es más factible llegar a “apreciar” o tenerle afecto a aquellos con quienes nos reconocemos como personas, a partir de un saludo, de un servicio ofrecido en cualquier circunstancia, o de un trato periódico.  Un desestimulo adicional a la relaciones de afecto entre las personas lo constituyen el uso permanente de aparatos tecnológicos como los iPad y los iPhon, que han debilitado las comunicaciones de carácter personal entre todos nosotros. Nadie discutiría sus beneficios en términos de intercambio ágil de información, pero letales en el crecimiento de las relaciones humanas.

 
Servir a los demás como una actitud permanente de nuestra parte, puede ser un buen comienzo para llegar a construir sanos afectos de colaboración y apoyo entre todos nosotros. Ciertamente en general estamos lejos de vivir lo que describe Hechos 4. 32-37, pero no imposibilitados de acercarnos en alguna medida a ese modo de vida. Jesús no nos planteó un imposible cuando nos señaló Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros.

Si realmente creemos en Jesús y deseamos cumplir su Voluntad, tenemos que introducir –así sea poco a poco- cambios en nuestras actitudes hacia los demás, para llegar a crecer en el afecto y más adelante dar un testimonio de nuestra conversión en términos de darnos a los demás a través del amor. No es un imposible. Es dejar actuar a Cristo que habita en nosotros y que no nos damos por enterados de su Presencia silenciosa en nuestro cuerpo y espíritu. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él. (Juan 14, 20-21).

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