domingo, 30 de octubre de 2011

Las dificultades de la vida comunitaria

Con ocasión de una reunión de Ministros Extraordinarios de la Comunión de nuestra parroquia, realizada el pasado sábado 29 de octubre, en la casa de las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, el Sacerdote John Henry Buitrago, M.S.A., Párroco de San Cipriano, hizo una conferencia sobre “La vida comunitaria” que nos pareció muy interesante y a cuyo contenido nos queremos referir en esta nota, recordando las principales reflexiones allí hechas, así como varias de las expresiones textuales de nuestro Párroco.

El punto de inspiración de esta exposición de ideas, partió de la lectura y discernimiento de la Palabra, según el Evangelio de San Marcos 3, 13-19 que dice así:

“Subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron junto a Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quien puso por nombre Bonaerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó”.

Una primera observación del mensaje es que Jesús subió al monte, lugar para el que los judíos es un sitio de oración. Jesús frecuentemente oraba horas extensas para comunicarse con su Padre y para fortalecerse frente a la misión que Él le había señalado. Esta es una enseñanza que los seres humanos no hemos acogido suficientemente. El texto narra a continuación que Jesús llamó a los que Él quiso, es decir Dios al encuentro del hombre, como habitualmente ha ocurrido en toda la historia de la salvación.



Pero, ¿a quienes llamó? Muchas personas de ese tiempo y no pocas de hoy, consideran que Jesús habría podido llamar a los más estudiados, a los más destacados socialmente, a los más poderosos o quizás a los más virtuosos espiritualmente hablando. El texto recuerda que Él llamo a los que quiso… y llamó a hombres pobres, humildes, pescadores e impulsivos como el mismo Pedro; quien como sabemos no tuvo reparo en sacar una espada y cortarle la oreja a alguien que preguntó por Jesús. O a quien lo negó 3 veces. O a Judas quien lo traicionó y entregó al suplicio. O a 12 hombres que lo abandonaron cuando Jesús fue puesto preso, torturado y muerto en la cruz del calvario. Eran hombres pecadores como todos nosotros, débiles frente a las dificultades y con carencias de educación. Pobres, humildes e inconstantes en sus propósitos.


Aquí la enseñanza es que, es fácil descartar a la gente. Lo difícil es confiar o volver a creer en los demás cuando nos han fallado. Un gerente o jefe personal de hoy no concebiría como adecuado este comportamiento de Jesús, pues Cristo nombró a Pedro cabeza de la Iglesia y a Pablo –que había perseguido cristianos- le confió la gran responsabilidad de la misión y de la construcción de pequeñas comunidades.

Qué lejos estamos de encarnar la enseñanza de Cristo. Somos oportunos para señalar o enjuiciar los errores de los demás, pero no solo no vemos nuestras propias fallas, sino que descartamos una oportunidad para el que cae en el error. ¿Qué pasaría con todos y cada uno de nosotros si Jesús actuara así frente a nuestros errores?

Continúa el texto diciendo que, ellos vinieron junto a Él. Y lo aclara a renglón seguido afirmando que los escogía e instituía para que estuvieran con Él. Esto, hoy nos dice que el Señor nos escogió para que estemos siempre con Él. Y en nuestra realidad.. ¿Cuántas veces nos hemos apartado de Él y volvemos a buscarlo cuando las cosas no marchan bien? Cuantas veces en nuestro camino conocemos a otras personas, les expresamos nuestro afecto y hasta les ofrecemos nuestra amistad, pero… los dejamos solos o nos apartamos de ellos, para buscar nuevas experiencias o tratar a otras personas con propósitos diferentes, olvidando al que nos ha compartido su amistad y hasta nos ha acompañado en diferentes circunstancias. Frecuentemente somos ingratos. Olvidamos que “al otro también lo llamó el Señor”.

La vida cristiana es descubrir en el otro la presencia de Dios y para eso se necesita fe.

El Señor nos llama para estar en comunidad y para ir a predicar su Palabra. Esto se lee más rápido de lo que se emplea en hacerlo vida. Lo más difícil de la fe es la vida en comunidad. La vida fraternal. Decía San Francisco: “Yo quería vivir el Evangelio y el Señor me dio hermanos”. Dice nuestro Párroco: “todos viviendo solos somos santos y buenos, el problema surge cuando vivimos en comunidad”. No aceptamos las diferencias que encontramos en los demás. Los mismos apóstoles tenían problemas de relación que San Pablo tuvo que mediar frecuentemente. La corrección fraterna surgió porque ellos requerían de una manera para tratar sus desacuerdos y conservar la relación comunitaria. Parte de lo que enseña la vida fraternal es a tratar los problemas de relación de sus miembros en la misma comunidad, con dos ingredientes exigentes: humildad y caridad cristiana!

Pero además el Señor les dio a sus apóstoles poder para expulsar demonios. No los envió desprotegidos. Y muchos de ellos así lo hicieron dando crédito de tales hechos al mismo Jesús.
Así las cosas, atender el llamado del Señor implica: hacer oración, lectura de la Palabra, frecuentar la Eucaristía, anunciar la buena nueva y practicar la caridad, para poder expulsar demonios.

Cuando pensamos en nuestra integración a una comunidad, debemos pensar en las piedras de los ríos, que son redonditas… porque se pulen entre sí. El Evangelio de San Mateo es una catequesis de cómo vivir en comunidad. Mira tu alrededor y pregúntate: ¿Quién es perfecto? No lo encontrarás. La comunidad en su conjunto si puede llegar a ser perfecta, cuando funciona como comunidad y sus miembros se construyen entre sí. Por eso la palabra nos habla del símil del cuerpo. La cabeza necesita de cada uno de los miembros. Todos los miembros son importantes. A ninguno se le debe rechazar.




No hay que olvidar que la comunidad NO ES. Se construye todos los días!. Los problemas son una oportunidad para crecer o perder la fe. Cuando uno se sabe incompleto entonces puede aprender a vivir con los otros y a mejorar. Lo esencial es entendernos y entrar en comunión. La comunión Eucarística es reflejo de la comunión fraterna. Lo que celebramos en la Eucaristía es consecuencia de lo que hacemos en la vida fraterna.

Nosotros nos damos más palo del que nos da el Señor. Misericordia y caridad es esencia de la vida cristiana. La perfección cristiana es tratar a los demás igual, independientemente de cómo sean. “Si tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda en el altar, ve y búscalo, te reconcilias y luego si presentas tu ofrenda”.


“Amen a sus enemigos y recen por ellos, así saldrá el sol sobre malos y buenos”. Recuerda que tú eres hijo de Dios, pero no hijo único. Por eso Jesús no nos enseñó a decir Dios mío, sino Padre nuestro, porque recuerda que, al otro, también lo llamó el Señor! Antes que ser Ministro o ser miembro de una Pequeña Comunidad, debo ser un cristiano. Una consecuencia de la vida cristiana es el Ministerio que el Señor nos ha dado. La misión del espíritu del Resucitado es rehacer la comunidad, porque está fragmentada luego de su pasión y muerte. Los discípulos esperaban un rey o guerrero triunfante, pero les tomó tiempo comprender la revolución del amor del Padre por sus creaturas, la donación de su hijo Jesús y la opción de la vida fraterna. En fin, mucho para reflexionar y actuar.

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