miércoles, 7 de febrero de 2018

ANDREA BOCELLI (HQ) AVE MARIA (SCHUBERT)

Unas líneas sobre nuestra Madre Santísima...

Leyendo el Tratado de Mariología, escrito por Jose Cristo Rey García Paredes y publicado por la Biblioteca de Autores Cristianos, en Madrid, con Licencia Eclesiástica del Arzobispado de Madrid, he separado de su rico contenido las siguientes líneas.

María fue recibiendo los mismos títulos de las diosas. El título más sublime fue el de Reina. Un nombre aplicado a Juno, a Isis. Ap 12 presenta a la Mujer como reina. En el Concilio de Ëfeso 431 el pueblo en las calles de la ciudad saludó a María con los mismos títulos con los que siglos antes había saludado a Artemisa. En Santa María en Trastevere, María y Cristo están sentados juntos en sendos tronos, el de rey y el de la reina. Durante la Edad Media, cuando el título se hizo común, muchas imágenes de María fueron coronadas.


Pero la entronización oficial tuvo lugar en 1954, cuando el papa Pio XII publicó la Encíclica Ad Coeli Reginam, estableciendo la fiesta litúrgica en honor de María. El papa Pío XII habló de María en muchas ocasiones como reina: Reina del Cielo, Reina de la familia, Reina de los ángeles, Reina de las madres.

La maternidad espiritual es maternidad en el Espíritu. En la Iglesia hablamos de padre espiritual, madre espiritual. Es verdad que Jesús nos pidió que no llamásemos padre a nadie en la tierra, pues sólo tenemos un Padre: el del cielo.

Cuando hablamos de paternidad o maternidad espiritual estamos refiriéndonos principalmente a un fenómeno espiritual, que tiene al Espíritu como gran protagonista, y en la persona a la que nos referimos, su instrumento, su mediación. El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, es el origen de toda navidad, de todo nuevo nacimiento.

Son miles y miles los creyentes de muchas generaciones y culturas que reconocen la importancia de la presencia misteriosa de María en sus propias vidas. La presencia de María se percibe a veces colectivamente y esta ligada a momentos importantes de los pueblos, como el comienzo de la Evangelización (Nuestra Señora de Guadalupe), o de los grupos (fundaciones de institutos, como por ejemplo el Carmelo) o a las experiencias más individuales y personales (Antonio María Claret, Maximiliano Kolbe) y a las apariciones marianas (La Salette, Lourdes, Fátima, Medjugorje). Todas estas experiencias podrían resumirse en la consideración de María como Mater Ecclesiae (Madre de la Iglesia).

Después del recorrido realizado, uno se asombra al leer en Pablo, en un texto central de la Carta a los Gálatas, esta afirmación: "Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Gal 4,5).

Este es un texto profético. Podemos suponer lo que Pablo, en aquel momento -desde sus limitados conocimientos- quería decir. Lo suelen poner de relieve los comentaristas. "Nacido de mujer" pondría de relieve el abajamiento, la kenosis del Hijo de Dios, que nace como uno de tantos, que en todo se hace semejante a nosotros. (Menos en el pecado). En la perspectiva del escritor no entraría ningún tipo de reflexión mariológica.

Pero (se pregunta el autor) ¿por qué no admitir que este texto, como cualquier cuadro de pintura o cualquier pieza musical, pueda adquirir nuevos sentidos con el decurso del tiempo, con el desarrollo del pensamiento neotestamentario?