jueves, 25 de junio de 2015

SOBRE LA FORMACIÓN DE LOS HIJOS

Mucho se ha hablado acerca de las responsabilidades que incluyen la formación y educación de los hijos. En el fondo del asunto, lo que habitualmente ocurre es que papá y mamá dan a sus hijos lo que recibieron de sus padres y en algunos casos, agregado, dan principios y valores que recibieron en su propia educación y experiencia de vida. Por esta razón, es sabido que es primero, en el hogar, el lugar donde se reciben y construyen los cimientos de la formación que adquieren los hijos. Después vendrán los contenidos de formación que se reciben en el colegio y en la relación cotidiana con los demás, en los distintos ambientes en que se interactúa. Lo que en la familia no se enseñó consistentemente no lo podrá dar el colegio, ni la universidad ni la relación con los demás. Aunque –como a veces ocurre- hay excepciones a lo anterior, pero no son más eso: excepciones.

Son diversos los campos en los cuales todos los padres (entiéndase papá y mamá) deben procurar formación para sus hijos: responsabilidad, respeto por los demás, honestidad, educación en el amor, sentido de superación, etc. Pero rápidamente vamos a ocuparnos de una de esos campos: la educación en la fe.


La necesidad de Dios está inscrita en el corazón del hombre. Todo ser humano en la medida en que va creciendo y entrando en relación con los demás y el maravilloso mundo que nos rodea, siente la necesidad de responderse esas preguntas trascendentales de ¿quién soy yo? ¿Cuál es mi origen? ¿Cuál es mi destino? ¿Quién me dio la vida? ¿Cuáles son mis derechos y deberes como persona?

Es aquí donde los padres, hacen su aporte más significativo a la formación de sus hijos. Es comprensible que los asuntos de la fe no se pueden dar a los hijos en un tiempo u oportunidad específicos. No es posible. En los niños pequeños las preguntas que les va surgiendo, se les van respondiendo en la misma medida y ocasión en que éstas surgen. La complejidad de dichas preguntas responde al mismo proceso de conocimiento de los hijos. Así las cosas, mientras que  un niño de 3 o 4 años pregunta a sus padres de donde vienen los niños, un niño de 5 o 6 años pregunta quien es Dios, donde vive? De esta manera, papá y mamá deben atender satisfactoriamente preguntas cada vez más profundas y exigentes.
Un grave error que algunos padres cometen ante algunas de esas preguntas, tomados de sorpresa por su profundidad, es restarles importancia y excusarse de responderlas con expresiones tales como: “mira hijo, de eso hablaremos otro día. Ahora estoy ocupado y no tengo tiempo para respondértela”.  El niño no parará su curiosidad allí y buscará en otras personas, no siempre  adecuadas (amigos, vecinos, etc.) la respuesta deseada. ¿Quién garantiza que respuestas obtenidas en esa forma son realmente formadoras?

La otra realidad, es que la curiosidad normal de un niño o niña, cuando no recibe la información que busca, emplea otros medios para buscarla… y uno de ellos, muy importante, es la simple observación y escucha de lo que otras personas hacen o dicen. Es decir, nuestro propio comportamiento en relación con los demás, es observado como una fuente de información y aprendizaje!  Así las cosas, regresemos al propósito inicial de esta nota: la educación en la fe.
Aquí, en este punto, es importante recordar lo que dice el numeral 166 del C.I.C. “La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro. Nuestro amor a Jesús y a los hombres nos impulsa a hablar a otros de nuestra fe.”

Todos los padres tenemos el deber de darle a conocer nuestra fe a nuestros hijos, independientemente del hecho que puedan producirse luego cambios en sus creencias. Por esta razón papá y mamá deben responderse estas preguntas:

¿Qué testimonio de fe estamos dando a nuestros hijos?
¿Somos conscientes de que la fe de nuestros hijos en Dios, depende del ejemplo y el acompañamiento que nosotros le hagamos?
¿Motivamos a nuestros hijos para interesarse en la vida trascendente, es decir, la vida de relación con Dios?
¿Vamos con nuestros hijos, en el día del Señor (domingo) a la Eucaristía?
¿Comprendemos el valor de la Eucaristía y lo compartimos con nuestros hijos?
¿Nos hemos dado cuenta (los padres) que somos pastores naturales de un rebaño integrado por nuestros hijos?


Escrito por Héctor Enrique León – E-mail: heleon12@gmail.com