jueves, 26 de abril de 2012

AMOR A LA SOLEDAD Y AL SILENCIO

1.       Busca tiempo oportuno para ocuparte de ti mismo, y con frecuencia recuerda y piensa en los beneficios –que recibes- de Dios. Deja las lecturas inútiles de mera curiosidad. Lee tales cosas que te sirvan más para arrepentirte que para divertirte, que te sirvan más para conversión que para distracción. Si te abstienes de estar hablando de cosas inútiles, y de andar escuchando rumores, noticias y novedades, encontrarás tiempo suficiente y oportuno para dedicarte a santas meditaciones. Los más grandes santos evitaban lo más posible el bullicio de la gente, y preferían servir a Dios en la soledad.

2.       Dijo uno: “siempre que estuve con los humanos me volví menos humano” (Séneca).  Esto sucede frecuentemente cuando nos dedicamos a charlatanerías con la gente. Es más fácil guardar completo silencio que no excederse en lo que se habla.  Es más fácil portarse bien en casa que portarse bien fuera de ella. Quien desee tener vida interior y espiritual , tiene que hacer como Jesús: apartarse frecuentemente de la muchedumbre para irse a la soledad a orar.  Solo estará seguro en público quien sabe pasar buen tiempo en la soledad. Solo sabe hablar bien quien sabe callar bien. Solo podrá ser buen superior quien sabe ser buen inferior. Solo sabe mandar bien quien aprendió a obedecer bien. Solo tiene alegría completa y segura quien tiene la conciencia tranquila.

3.       A pesar de todo la seguridad de los santos, ha estado siempre llena de temor de Dios. No por tener grandes virtudes y por recibir inmensas gracias fueron menos precavidos, cuidadosos y humildes a sus propios ojos. La seguridad de los malos viene de su orgullo y presunción y acaba siendo una simple ilusión. Nunca esperes seguridad completa en esta vida, aunque parezcas persona muy fervorosa o muy retirada del mundo.

4.       Muchas veces ha sucedido que personas que los demás estimaban mejores que los otros, se han expuesto a muy graves peligros por la demasiada confianza que tenían en sí mismos. Verse totalmente libres de tentaciones, el sufrir sus frecuentes ataques, para que no se sientan demasiado seguros, no sea que se alcen y se envanezcan con orgullo, o se rebajen a buscar consuelos exteriores indebidos. ¡Oh que pura tendría la conciencia quien no se dedicara a buscar alegrías que son pasajeras, quien no se dedicara a buscar lo que es solo de este mundo!. ¡Oh que profunda paz gozaría y que gran tranquilidad tuviera, quien alejara de sí toda preocupación mundana y material, y se dedicara a pensar en los bienes divinos y en la salvación, y pusiera su esperanza solamente en Dios!

5.       Nadie merece que Dios le conceda consuelos celestiales si primero no se ejercita en el arrepentimiento y en la conversión. Si quieres que el arrepentimiento llegue hasta el fondo de tu corazón, enciérrate en tu alcoba, a meditar, apartado del bullicio del mundo, como está escrito en el Salmo: “Recogidos y en silencio, examinen su propia conciencia” (S. 4). En el recogimiento de tu propia habitación encontrarás lo que muchas veces puedes perder en el bullicio mundanal. Quien se acostumbra a estar recogido, gusta del recogimiento, pero quien se acostumbra a estar por fuera, se aburrirá de tener que estar en soledad y recogimiento. Si en los comienzos de tu conversión te acostumbras a estar en ratos de soledad y recogimiento, esta costumbre te será después una gran ayuda y un gratísimo consuelo.

6.       En el silencio y en la calma progresa el alma piadosa y logra ir conociendo los misterios de las Sagradas Escrituras. Por eso el Señor dice al alma: “La llevaré al desierto y allí le hablaré”.  Y Jesús a sus discípulos: “Venid aparte, a un sitio desierto y descansad” (Marcos 6).  En la soledad del alma encuentra manantiales de lágrimas de arrepentimiento, con que cada noche se lava y purifica de sus pecados, para hacerse tanto más amigo de su Creador, cuanto más lejos vive del bullicio del mundo. Quien por amor a la santidad se aleja un poco de amigos y conocidos, obtiene que se le acerquen Dios y sus ángeles santos.


Texto parcial del capítulo vigésimo de La imitación de Cristo, de Tomás de Kempis.