domingo, 30 de octubre de 2011

Una comunidad y una sede para la gloria del Señor y de nuestra Iglesia

La Hermana Esther Tarazona M. Superiora de la Comunidad local.

Tal como lo anotamos en la información que aparece publicada más abajo, posterior a esta nota, el pasado 29 de octubre, nuestro Párroco realizó una reunión formativa con los ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión, en la casa de las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, ubicada muy cerca de nuestro templo parroquial.

Queremos dedicar este espacio para compartir con todos los seguidores de nuestro blog, unos breves comentarios apreciativos de esta bella estancia, que tuvimos la ocasión de visitar y conocer con el motivo citado anteriormente. Acompañamos esta información con algunas fotografías que ilustran nuestras apreciaciones.

La Congregación de las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, fue fundada en 1810 en Mataró (Barcelona), por el Padre José Antonio Serra junto con la Madre Antonia María de Oviedo. Su espiritualidad y carisma las proyecta como mujeres especialmente sensibles al dolor de otras mujeres. Se sienten llamadas, convocadas y enviadas a compartir la buena noticia con las mujeres que se encuentran en situación de prostitución y son víctimas de la trata.

Mujeres del Pueblo de Dios, viven en comunidad el seguimiento de Jesús Redentor que se encarna en la realidad histórica, se enfrenta al poder excluyente y permanece fiel hasta el "sin sentido" de la cruz en su opción por las personas más débiles.

La sede de la Congregación en Bogotá, que tuvimos ocasión de visitar, está dispuesta en una hermosa casa de dos pisos, con una acertada mezcla de arquitectura colonial y al mismo tiempo moderna, en la que sus dependencias administrativas, las habitaciones de las religiosas, las habitaciones que sirven de hogar de paso a sacerdotes que visitan nuestro país, especialmente los estudiantes del ITEPAL, así como su capilla e instalaciones de servicios domésticos, están organizados alrededor de un hermoso patio en cuyo centro hay una pequeña fuente de agua.




Llama la atención el esmerado cuidado de esta estancia. El orden, aseo y conservación no solo de la construcción –que es prácticamente nueva- sino de todo lo que hay en su contenido. Unos jardines muy bien conservados y unas zonas de descanso para hacer meditación u oración, reflejan claramente el espíritu de servicio, la calidad humana y espiritual de sus moradores.





La Capilla


En el segundo piso está ubicada la capilla. Ingresar en ella es una verdadera invitación a la oración y la meditación del carisma y espiritualidad de esta congregación. En la parte superior hay una pequeña cúpula que permite el paso de la luz natural, la cual se refleja gratamente sobre las limpias baldosas del lugar.



La Recepción


Su salón de reuniones, que nos albergó, con una capacidad para hasta 40 personas, tiene todos los elementos necesarios para desarrollar una reunión de trabajo exitosa. Este espacio igual que todos los demás que integran la sede no son ostentosos. Sencillamente son de buen gusto y amorosamente utilizados por estas religiosas, cuyo Carisma recibido les da la fuerza para hacer misión en situaciones de sufrimiento, conflicto e injusticia de las mujeres a las que sirven, y que se encuentran en situación de prostitución y violencia.


Maria Cecilia Garcia, Héctor León y Gilma Valenciano

Las hermanas Oblatas apuestan por la vida y la reconstrucción de mujeres dentro de los valores del Evangelio. Ejecutan esta misión con misericordia, solidaridad, alegría y gratuidad. Agradecemos a través de la Hermana Esther Tarazona Moreno, Superiora de la Comunidad local, la hospitalidad que nos ofrecieron y oramos al Señor para que continúe bendiciendo abundantemente su labor pastoral.

Las dificultades de la vida comunitaria

Con ocasión de una reunión de Ministros Extraordinarios de la Comunión de nuestra parroquia, realizada el pasado sábado 29 de octubre, en la casa de las Hermanas Oblatas del Santísimo Redentor, el Sacerdote John Henry Buitrago, M.S.A., Párroco de San Cipriano, hizo una conferencia sobre “La vida comunitaria” que nos pareció muy interesante y a cuyo contenido nos queremos referir en esta nota, recordando las principales reflexiones allí hechas, así como varias de las expresiones textuales de nuestro Párroco.

El punto de inspiración de esta exposición de ideas, partió de la lectura y discernimiento de la Palabra, según el Evangelio de San Marcos 3, 13-19 que dice así:

“Subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron junto a Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quien puso por nombre Bonaerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó”.

Una primera observación del mensaje es que Jesús subió al monte, lugar para el que los judíos es un sitio de oración. Jesús frecuentemente oraba horas extensas para comunicarse con su Padre y para fortalecerse frente a la misión que Él le había señalado. Esta es una enseñanza que los seres humanos no hemos acogido suficientemente. El texto narra a continuación que Jesús llamó a los que Él quiso, es decir Dios al encuentro del hombre, como habitualmente ha ocurrido en toda la historia de la salvación.



Pero, ¿a quienes llamó? Muchas personas de ese tiempo y no pocas de hoy, consideran que Jesús habría podido llamar a los más estudiados, a los más destacados socialmente, a los más poderosos o quizás a los más virtuosos espiritualmente hablando. El texto recuerda que Él llamo a los que quiso… y llamó a hombres pobres, humildes, pescadores e impulsivos como el mismo Pedro; quien como sabemos no tuvo reparo en sacar una espada y cortarle la oreja a alguien que preguntó por Jesús. O a quien lo negó 3 veces. O a Judas quien lo traicionó y entregó al suplicio. O a 12 hombres que lo abandonaron cuando Jesús fue puesto preso, torturado y muerto en la cruz del calvario. Eran hombres pecadores como todos nosotros, débiles frente a las dificultades y con carencias de educación. Pobres, humildes e inconstantes en sus propósitos.


Aquí la enseñanza es que, es fácil descartar a la gente. Lo difícil es confiar o volver a creer en los demás cuando nos han fallado. Un gerente o jefe personal de hoy no concebiría como adecuado este comportamiento de Jesús, pues Cristo nombró a Pedro cabeza de la Iglesia y a Pablo –que había perseguido cristianos- le confió la gran responsabilidad de la misión y de la construcción de pequeñas comunidades.

Qué lejos estamos de encarnar la enseñanza de Cristo. Somos oportunos para señalar o enjuiciar los errores de los demás, pero no solo no vemos nuestras propias fallas, sino que descartamos una oportunidad para el que cae en el error. ¿Qué pasaría con todos y cada uno de nosotros si Jesús actuara así frente a nuestros errores?

Continúa el texto diciendo que, ellos vinieron junto a Él. Y lo aclara a renglón seguido afirmando que los escogía e instituía para que estuvieran con Él. Esto, hoy nos dice que el Señor nos escogió para que estemos siempre con Él. Y en nuestra realidad.. ¿Cuántas veces nos hemos apartado de Él y volvemos a buscarlo cuando las cosas no marchan bien? Cuantas veces en nuestro camino conocemos a otras personas, les expresamos nuestro afecto y hasta les ofrecemos nuestra amistad, pero… los dejamos solos o nos apartamos de ellos, para buscar nuevas experiencias o tratar a otras personas con propósitos diferentes, olvidando al que nos ha compartido su amistad y hasta nos ha acompañado en diferentes circunstancias. Frecuentemente somos ingratos. Olvidamos que “al otro también lo llamó el Señor”.

La vida cristiana es descubrir en el otro la presencia de Dios y para eso se necesita fe.

El Señor nos llama para estar en comunidad y para ir a predicar su Palabra. Esto se lee más rápido de lo que se emplea en hacerlo vida. Lo más difícil de la fe es la vida en comunidad. La vida fraternal. Decía San Francisco: “Yo quería vivir el Evangelio y el Señor me dio hermanos”. Dice nuestro Párroco: “todos viviendo solos somos santos y buenos, el problema surge cuando vivimos en comunidad”. No aceptamos las diferencias que encontramos en los demás. Los mismos apóstoles tenían problemas de relación que San Pablo tuvo que mediar frecuentemente. La corrección fraterna surgió porque ellos requerían de una manera para tratar sus desacuerdos y conservar la relación comunitaria. Parte de lo que enseña la vida fraternal es a tratar los problemas de relación de sus miembros en la misma comunidad, con dos ingredientes exigentes: humildad y caridad cristiana!

Pero además el Señor les dio a sus apóstoles poder para expulsar demonios. No los envió desprotegidos. Y muchos de ellos así lo hicieron dando crédito de tales hechos al mismo Jesús.
Así las cosas, atender el llamado del Señor implica: hacer oración, lectura de la Palabra, frecuentar la Eucaristía, anunciar la buena nueva y practicar la caridad, para poder expulsar demonios.

Cuando pensamos en nuestra integración a una comunidad, debemos pensar en las piedras de los ríos, que son redonditas… porque se pulen entre sí. El Evangelio de San Mateo es una catequesis de cómo vivir en comunidad. Mira tu alrededor y pregúntate: ¿Quién es perfecto? No lo encontrarás. La comunidad en su conjunto si puede llegar a ser perfecta, cuando funciona como comunidad y sus miembros se construyen entre sí. Por eso la palabra nos habla del símil del cuerpo. La cabeza necesita de cada uno de los miembros. Todos los miembros son importantes. A ninguno se le debe rechazar.




No hay que olvidar que la comunidad NO ES. Se construye todos los días!. Los problemas son una oportunidad para crecer o perder la fe. Cuando uno se sabe incompleto entonces puede aprender a vivir con los otros y a mejorar. Lo esencial es entendernos y entrar en comunión. La comunión Eucarística es reflejo de la comunión fraterna. Lo que celebramos en la Eucaristía es consecuencia de lo que hacemos en la vida fraterna.

Nosotros nos damos más palo del que nos da el Señor. Misericordia y caridad es esencia de la vida cristiana. La perfección cristiana es tratar a los demás igual, independientemente de cómo sean. “Si tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda en el altar, ve y búscalo, te reconcilias y luego si presentas tu ofrenda”.


“Amen a sus enemigos y recen por ellos, así saldrá el sol sobre malos y buenos”. Recuerda que tú eres hijo de Dios, pero no hijo único. Por eso Jesús no nos enseñó a decir Dios mío, sino Padre nuestro, porque recuerda que, al otro, también lo llamó el Señor! Antes que ser Ministro o ser miembro de una Pequeña Comunidad, debo ser un cristiano. Una consecuencia de la vida cristiana es el Ministerio que el Señor nos ha dado. La misión del espíritu del Resucitado es rehacer la comunidad, porque está fragmentada luego de su pasión y muerte. Los discípulos esperaban un rey o guerrero triunfante, pero les tomó tiempo comprender la revolución del amor del Padre por sus creaturas, la donación de su hijo Jesús y la opción de la vida fraterna. En fin, mucho para reflexionar y actuar.