jueves, 26 de mayo de 2011

LA PALABRA DE DIOS




En su Palabra hoy el Señor nos invita a permanecer en su Amor. Y esto implica que Él debe estar por encima de todas nuestras opciones y nuestras prioridades en la vida. Es depositar toda nuestra confianza en Él que como Padre amoroso cuida de nosotros frente a las dificultades del camino, nos fortalece en la prueba y nos saca victoriosos en la lucha frente al enemigo. Parte de las virtudes que tenemos que desarrollar los cristianos está en atender las exigencias de nuestra vida en el mundo, manteniéndolo a Él como nuestra primera y más importante prioridad. Él es nuestro dueño. Pagó con su propia sangre nuestra salvación y su oferta de vida eterna para nosotros.

Ciertamente la vida en el mundo nos llena de prioridades temporales y amenazantes. En el trabajo, por ejemplo, en algunas ocasiones, somos objeto de exigencias y de presiones de aquella persona que es nuestro jefe, cuya dependencia nos exige llevar una buena relación con él, en circunstancias que van más allá de un buen desempeño y que debemos permanentemente discernir. En los negocios, tenemos que mantener una relación cordial y de construcción de confianza mutua, para que los negocios se den y podamos tener ingresos, sin sobrepasar los límites de nuestros propios principios y valores.


Hay momentos en los que por perseguir el logro de una estabilidad u obtener una ganancia económica fugaz, dejamos de lado nuestras propias prioridades y saltamos al vacío en espera de que los resultados se den. El mundo es así. Pero, para permanecer en el Amor del Señor es necesario no perderlo de vista a Él. Porque Él es nuestra suprema prioridad y debemos guardar sus mandamientos para que nuestra alegría en Él llegue a su plenitud. Esa es una virtud para alcanzar: ¿Cómo llevar mi vida en el hogar, en el trabajo, en los negocios y en el estudio, sin transgredir la Voluntad de Aquel que tanto me ama?

Nuestra respuesta al Señor debe ser una sola en todas partes. Jesús es la solución! “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mi, nunca tendrá sed”.