miércoles, 29 de diciembre de 2010

Lucas 2, 22-35 - Evangelio de diciembre 29 de 2010

Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:

"Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo,según lo que me habías prometido,porque mis ojos han visto a tu Salvador,al que has preparado para bien de todos los pueblos,luz que alumbra a las nacionesy gloria de tu pueblo, Israel".

El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: "Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma".

Reflexión:

Hoy, cuando estamos terminando el año y nos aproximamos - con la bondad del Señor – a iniciar un nuevo año, esta Palabra nos da un marco de reflexión amplio y preciso, para hacer lo que hacen las personas que buscan su propio mejoramiento continuo: hacer una parada en el camino, mirar con conciencia autocrítica los pasos andados, descubrir nuestros aciertos, pero también identificar nuestro desempeño en las cosas de este mundo y su valoración frente a la Voluntad de Dios.

En su tiempo, José y María tenían que cumplir la ley de Moisés, la cual establecía que “Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones”, lo cual se dispusieron a cumplir llevando al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. Es decir, José y María cumplían las leyes civiles de su tiempo.

A este respecto, dice el Pbro. Ernesto María Caro respecto al Evangelio de hoy (Lucas 2, 22-35):
“Las normas en nuestros centros de trabajo, las obligaciones en nuestras organizaciones, los compromisos ciudadanos son parte de nuestra vida religiosa.En la medida que el cristiano "cristifica" su ambiente cumpliendo la "ley" y con ello sus obligaciones, va, como dice san Pablo, esparciendo el buen olor de Cristo. ¿No crees que sería bueno en este fin de año revisar si hemos venido cumpliendo con nuestras obligaciones civiles y religiosas?”

Quien practica una conciencia autocrítica tiene más posibilidad de crecer como ser humano, como trabajador, como profesional, como miembro de una familia y naturalmente como cristiano. Revisar nuestros errores y reconocerlos como tal es algo que a todos nos duele. Nadie quiere fallar o sentir la frustración de sus propias equivocaciones. En el fondo es una actitud de soberbia y de ausencia de nobleza. Dice San José Ma. Escrivá de Balaguer en el numeral 93 de su obra Camino: “Te ves tan miserable que te consideras indigno de que Dios te oiga… pero ¿y los méritos de María? y ¿las llagas de tu Señor? Y… ¿acaso no eres hijo de Dios? Además, Él te escucha porque es bueno, porque su misericordia permanece siempre”.






Entonces, querido(a) lector(a), el ejercicio de revisarnos es finalmente bueno y abre paso a la renovación en Cristo. Todos tenemos aspectos de nuestro caminar que debemos mejorar, o en algunos casos re-direccionar. No hay quien pueda exceptuarse se esto. Algunas meditaciones importantes:

· ¿Cómo fue mi tiempo de participación en las actividades de la comunidad de la que hago parte?
· ¿Qué fue más característico en mí: la asistencia y puntualidad o las ausencias a las reuniones por motivos que no supe prever?
· ¿Qué tanto participé y me di dentro de las dinámicas del compartir de la Palabra y de la edificación espiritual?
· ¿Prioricé mis compromisos laborales sobre el tiempo de vida en comunidad?
· ¿En mi trabajo me esmeré por hacer un equilibrio entre mi vida profesional y mi vida personal y familiar? ¿Viví para trabajar? O trabajé para vivir?
· ¿Siento que he testimoniado con decisión en mi trabajo, los principios y valores cristianos que me enseña mi fe? O soy uno en mi lugar de trabajo y otro en mi vida familiar y comunitaria?
· ¿Me esmero por ser un buen trabajador y cumplir con los deberes que me demanda mi ocupación y las normas de la empresa en que laboro? ¿Doy un buen testimonio en este campo sin atropellar mi vida familiar?
· ¿Cuándo me pronuncio sobre los problemas sociales de mi barrio, de mi ciudad o del país, es evidente mi compromiso cristiano?
· La acción nada vale sin la oración: la oración se avalora con el sacrificio (No.81 de Camino). ¿Estuve dispuesto a sacrificar tiempos de reunión con compañeros de trabajo o en actividades “extracurriculares” para asistir, participar y compartir en mi comunidad? Siendo mi comunidad un lugar de oración.. ¿me dejo alimentar de ella?
· La vida de laico(a) comprometido(a) es una decisión personal de respuesta a un llamado del Señor (a través del sacerdote, de un coordinador de un ministerio o pastoral, o de un amigo o compañero). Una vez que le has dicho SÍ al Señor, no hay desobediencia pequeña! “Por esa tardanza, por esa pasividad, por esa resistencia tuya para obedecer, ¡cómo se resiente el apostolado y cómo se goza el enemigo! (617 Camino)”.