sábado, 4 de julio de 2009

¡No fue en vano Señor!

Cuando miramos la realidad en que vivimos actualmente toda la humanidad, con sus más sorprendentes cambios, unos muy positivos, como los avances en las ciencias, las artes, la educación y en general el conocimiento de la creación; otros muy negativos, como el relativismo en el que el hombre quiere sumergir al hombre, haciéndole perder el norte de sus principios, de sus valores y del verdadero sentido de la vida, nos produce la sensación que en buena parte es realidad, que la humanidad se hace cada vez más sorda e indiferente al plan de salvación de Dios.

Recordémoslo: Dios Padre hizo un pacto con Abram, cuando éste tenía 99 años:
“Yo soy el Dios todopoderoso; vive una vida sin tacha delante de mí, y yo haré un pacto contigo: haré que tengas muchísimos descendientes. Entonces Abram se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, mientras Dios seguía diciéndole: Este es el pacto que hago contigo: Tú serán el padre de muchas naciones, y ya no vas a llamarte Abram. Desde ahora te llamarás Abraham, porque te voy a hacer padre de muchas naciones. Haré que tus descendientes sean muy numerosos; de ti saldrán reyes y naciones. El pacto que hago contigo, y que haré con todos tus descendientes en el futuro, es que yo seré siempre tu Dios y el Dios de ellos.” (Gen 17.1-7) Pero no todas las creaturas respetaron dicho pacto. Recordemos la destrucción de Sodoma y Gomorra, así como la adoración de ídolos.

Posteriormente, Dios Padre hace un pacto con el pueblo de Israel a través de Moisés, para sacarlos de Egipto y librarlos del sufrimiento que allí padecían, llevándolos al país de los cananeos, hititas, amorreos, ferezeos, heveos y jebuseos, a una tierra donde la leche y la miel corría como el agua. Después del paso por el Mar Rojo. En el Monte Sinaí Dios comunica a través de Moisés al pueblo israelita los Diez Mandamientos .les establece leyes para el altar, para los esclavos, contra acciones violentas, en caso de accidentes, leyes para reparar daños, leyes morales y religiosas, así como leyes para hacer justicia. (ver Éxodo 3 al 33). La primera respuesta del pueblo israelita fue hacer un becerro de oro para adorarlo. Por mediación de Moisés, Dios Padre perdona al pueblo y renueva el pacto con ellos (Éxodo 34, 10-17).

Luego Dios Padre ha enviado en diferentes momentos de la historia a los Profetas, entre ellos a Samuel, Isaías, Oseas, Joel, Amós, Jonás, Miqueas, Habacuc, Hageo, Zacarías, y Malaquías. A través de ellos el Dueño de la Vida siempre comunicó su voluntad y lo que quiere de cada uno de nosotros. En varias oportunidades fue desoído y fueron los Profetas quienes mediaron para apaciguar la ira del Señor y salvar al pueblo del castigo.

Esto demuestra hasta la saciedad, la bondad, el amor y la misericordia de Dios Padre para con sus creaturas. Con justicia nos dice la 2da. Carta de San Pedro 3,15 “Considerad que la paciencia de Dios es nuestra salvación”.

Como si lo anterior no hubiera sido suficiente para que la humanidad se haya dado por enterada y advertida, de lo que Dios espera de nosotros y del verdadero sentido que tiene nuestra existencia, Dios Padre hace un Nuevo Pacto con sus creaturas. Este Pacto se basa en las buenas noticias –que es lo que en griego quiere decir la palabra evangelio- de que Dios llega al hombre en la persona de Jesucristo y en Él ofrece la salvación a todos los hombres, de cualquier pueblo y nación que sean y que confíen en Él como Señor y Salvador.

Nuevamente recordemos lo que ocurrió. Se hizo uno de nosotros, nos enseñó el modelo de vida que debemos seguir de acuerdo con la Voluntad del Padre, enseñó con base en el amor, hizo milagros de toda índole, y pagó con su sangre y muerte de cruz, el precio de la salvación de toda la humanidad! Resucitó y antes de volver al Padre, nos dejó su Santo Espíritu, nos dejó a su Iglesia –nuestra Iglesia- como medio de salvación, nos dejó su Palabra y en el extremo de su amor, se quedó en las especies eucarísticas del pan y el vino consagrado con su autorización por los sacerdotes, para que nos hagamos uno con Él. “El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el día último” (Jn 6, 54). Así como no hay palabras para calificar la misericordia del Señor, no existen palabras para calificar nuestra terquedad!

Hoy, una buena parte de los seres humanos se siguen alejando del Señor, mostrando indiferencia a su reiterado llamado en la historia. Incluso una parte de sus hijos niegan su existencia, lo ofenden diariamente con hechos que contrarían su Voluntad, atacan a su Iglesia desconociendo que la integran seres humanos pero bajo la protección de Él.

Seguimos preocupados por vivir una espiritualidad individual –que es importante- y no nos decidimos a vivir una espiritualidad social. Es decir en la relación con el otro. Necesitamos testimoniar nuestra fe en Jesús, practicando sus valores con los demás, en el trabajo, en el estudio, en la sana diversión, en la solidaridad con el que sufre al lado nuestro, en denunciar al que roba, estafa, persigue la vida, explota al pobre, engaña en los negocios, empobrece con la usura al que le presta… es decir necesitamos vestirnos de la dignidad de Hijos de Dios!

Solo así mostraremos que Su sacrificio en la cruz no fue en vano y que este último Pacto no lo queremos romper!. Santísima Trinidad: apiádate de nosotros y revístenos de la luz y la fortaleza para enderezar el camino. El tiempo se acaba…

Escribe: Héctor Enrique León