domingo, 31 de mayo de 2009

Los Santos en nuestra Iglesia


Para la Iglesia Católica, los santos forman la llamada Iglesia triunfante e interceden ante Dios por la humanidad, por los vivos en la Tierra y por los difuntos en el Purgatorio: es la llamada comunión de los santos. Todos ellos, incluso los que han sido oficialmente reconocidos como tales, tiene su festividad conjunta en el Día de Todos los Santos, que se celebra el 1 de noviembre y que para los católicos representa que, más allá del número de personas canonizadas (es decir, de las cuales la santidad se afirma sin ambigüedad y se les puede dirigir el culto), hay abundantes cristianos (e incluso no cristianos en sentido estricto, como Abraham, Moisés, David, Job), que han alcanzado el ideal de comunión con Dios.


El llamado a la santidad es un mandato divino, así por ejemplo en el libro del Levítico (19,2); encontramos el siguiente enunciado: “Sean ustedes santos, pues yo, el Señor su Dios, soy santo” Dios hace los santos y la Iglesia reconoce a quienes vivieron la santidad en heroica virtud. El profeta Isaías escribió: “Santo, santo, santo es el Señor” (6,3)
Los cristianos que están en gracia de Dios participan de este privilegio de ser santos y por eso San Pablo en sus epístolas usa la palabra “santo” para referirse a los fieles ( 2 Corintios 13,12; Efesios 1,1; Filipenses 1,1); ya que por el bautismo somos liberados del pecado y unidos en Cristo Jesús, quien es el “Santo de los santos” (Hebreos 7,26). Los santos en sumo grado son aquellos que son reconocidos por la Iglesia Católica y se presentan como modelos de conducta e intercesores ante Jesucristo.


El proceso para reconocer que una persona vivió plenamente en santidad es bastante profundo. El papa Sixto V, creó en el año 1588 la Congregación para la Causa de los Santos, quienes investigan cuidadosamente todos los detalles de la vida, los escritos y los milagros de los presuntos siervos de Dios.
Este proceso consta de tres partes:
La primera es la confirmación de las virtudes heroicas del postulante tales como las teologales: fe, esperanza y caridad; así como también los frutos del Espíritu Santo: el amor, la fe, la prudencia, la justicia, la templanza, la fortaleza y demás (Gálatas 5,22-23); que se hace después de cinco años de su muerte, y es llevado a cabo por un promotor (persona o grupo) quien se dirige al obispo de la respectiva diócesis. Cuando los tribunales de Roma verifican que la vida cristiana del postulado fue heroica, y por lo menos dos teólogos hayan examinado con lupa de detalles cada palabra, de a cuerdo con la ortodoxia doctrinal, lo denominan “Venerable”. Para esta primera parte no existe una ceremonia especial
El segundo paso es la “beatificación”, que se cumple en un lapso de tiempo no menor de veinte años, y es realizado en la Curia Romana por la Congregación destinada para tal fin, En esta etapa es necesario distinguir las dos categorías de santos que existen: los mártires y los confesores; los primeros que fueron los que derramaron su sangre por Cristo, no necesitan inicialmente de un milagro, mientras que para los segundos si se cumple esta norma, que tiene que ser autorizado por un grupo de científicos y médicos destacados de diferentes universidades e institutos, muchos de los cuales no son católicos. Ya después de cumplidos todos los requisitos es llamado “bienaventurado”, y puede recibir un culto restringido de su imagen y reliquias en ciertas iglesias o regiones, aunque en algunas ocasiones específicas esta autorización tiene un alcance a todo el mundo católico
La tercera fase es la “canonización”, que se da después de una revisión general de la vida del beato(a), más la confirmación de un nuevo milagro que es obligatorio para ambas categorías. Posteriormente, el Papa como jefe supremo de la Iglesia de Cristo, y haciendo uso del derecho de la infalibilidad pontificia, lo eleva a los altares a la categoría de “santo”, muchas veces en la propia basílica de San Pedro del Vaticano, y lo anota en el catálogo del libro de los santos. El Romano Pontífice también destina la fiesta litúrgica del santo(a), que se da el día de su muerte, pues teológicamente es el paso de esta vida terrenal a la recompensa final en el reino de los cielos.
Clases de culto sagrado:
a. Latría (o adoración), es exclusividad de Dios (Éxodo 20,3; Deuteronomio 6,13)
b. Hiperdulía (o veneración especial), se le da a la Virgen María (Lucas 1,28.42.48)
c. Dulía (o veneración), a los santos(as) (Salmo 97,11-12; Proverbios 10,7)

Los santos en el
martirologio romano son los declarados por la Iglesia Católica como indudablemente presentes en el Cielo y, por tanto, pueden ser objetos del culto público, el llamado culto de dulía, a diferencia del culto de latría, que no debe dirigirse más que a Dios. Una excepción en estas categorías del culto representa la Virgen María, receptora de la hiperdulía que se celebra en los lugares de apariciones marianas.
Al invocar a los santos siempre contemplaremos las virtudes que obró Dios en ellos. Dios debe estar siempre en el trasfondo de nuestra invocación o veneración a los santos. Los santos no nos alejan de Dios, sino que nos invitan a ponernos directamente en contacto con El, con la sola mediación de Jesucristo. El camino a la santidad es una posibilidad abierta a todos!