viernes, 11 de septiembre de 2009

Biografia de San Cipriano



Obispo y mártir. +258
Fiesta: 16 de septiembre

Nacido en el año 200 en Cartago (Africa), Cipriano era un convertido. Criado en el ambiente pagano de una rica familia burguesa, buscó en su juventud la gloria y el placer, amó el mundo, estudió la elocuencia y el derecho y la enseñó a la juventud de Cartago. Él mismo dice que sus veinte primeros años fueron poco castos y que llegó a defender la idolatría en sus discursos. Pronto vio que el paganismo jamás podría satisfacer su inteligencia recta y su corazón leal, y esto le movió a estudiar la doctrina de los cristianos. Se dedicó en su juventud a la retórica. El disgusto que sentía ante la inmoralidad de los ambientes paganos, contrastado con la pureza de costumbres de los cristianos, le indujo a abrazar el cristianismo cuando era mayor de 35 años. Su mayor inspiración fue un sacerdote llamado Cecilio. Una vez bautizado descubrió la fuerza del Espíritu Santo capacitándolo para ser un hombre nuevo. Se consagró al celibato.
Tuvo un gran amor al estudio de las Sagradas Escrituras por lo que renunció a libros mundanos que antes le eran de gran agrado. Cipriano pasó a la posteridad como el dechado del cristiano. Se admiraba su vida fecunda, su elocuencia dominadora, su amor ardiente a la Iglesia, y, sobre todo esto, aquella muerte heroica que vino a coronar tan admirables virtudes. Hasta que aparezcan San Ambrosio y San Agustín, no se levantará en la Iglesia de Occidente otro hombre como él. Era africano, como Tertuliano, y cartaginés. Tertuliano fue su maestro por medio de sus libros, y sin duda le conoció en su juventud. «Dame al maestro», solía decir cuando pedía una obra suya. La huella del terrible polemista será profunda en su obra literaria y en su vida; pero jamás podrá llenar el abismo que existía entre los dos caracteres, entre Tertuliano, asceta intemperante y astuto sofista, de un lado, y de otro, Cipriano, alma noble y leal. Lo que más nos atrae en San Cipriano, la caridad, la prudencia, el gusto del orden, de la armonía y de la paz, es lo que más falta en su belicoso antecesor.

Es famoso su comentario del Padrenuestro.Fue ordenado obispo por aclamación popular, el año 248, al morir el obispo de Cartago. Quiso resistir pero reconoció que Dios le llamaba. "Me parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del clamor del pueblo y de la aclamación de los sacerdotes". Fue gran maestro y predicador. En el año 251, el emperador Decio decreta una persecución contra los cristianos, sobre todo contra los obispos y libros sagrados. Muchos cristianos, para evitar la muerte, ofrecen incienso a los dioses, lo cual representa caer en apostasía. Cipriano se esconde pero no deja de gobernar, enviando frecuentes cartas a los creyentes, exhortándoles a no apostatar.
Cuando cesó la persecución y volvió a la ciudad se opuso a que permitieran regresar a la Iglesia a los que habían apostatado sin exigirles penitencia. Todo apóstata debía hacer un tiempo de penitencia antes de volver a los sacramentos. Esta práctica no era para el bien del penitente que de esta forma profundizaba su arrepentimiento y fortalecía su propósito de mantenerse fiel en futuras pruebas. Esto ayudó mucho a fortalecer la fe y prepararse ya que pronto comenzaron de nuevo las persecuciones.

El año 252, Cartago sufre la peste de tifo y mueren centenares de cristianos. El obispo Cipriano organiza la ayuda a los sobrevivientes. Vende sus posesiones y predica con gran unción la importancia de la limosna.

En todo era un gran maestro. Pero lo que más nos admira en él no es el doctor ni el polemista, siempre en la brecha, ni el espíritu atento a todos los movimientos de la opinión y dispuesto a intervenir en la lucha: bajo este aspecto se pudo engañar, y todos saben que, a pesar de su buena fe, por nadie puesta en duda, se engañó al llevar demasiado lejos su concepto favorito de la unidad de la Iglesia, poniéndose frente a Roma en la cuestión del bautismo de los herejes. Pero tratándose del gobierno de su iglesia, de la dirección de las almas en medio de las crisis más delicadas y más violentas, San Cipriano es incomparable. Dueño siempre de sí mismo y de los demás, con un sentido muy fino del matiz que debe poner en la voz o en la palabra, levanta los ánimos, abate las resistencias, despierta los heroísmos, exhorta a los mártires, pacifica al clero, somete a los confesores rebelados, se esfuerza por reunir en un haz a todos los combatientes de Cristo y logra reducir a muchos de aquellos que temporalmente habían estado fuera de la milicia divina. «El día de la prueba se acerca—clamaba a los suyos—; lo que va a venir será más terrible que cuanto hemos sufrido hasta ahora; a esta guerra nueva deben prepararse los soldados de Cristo, recordando que beben todos los días el cáliz de la sangre del Señor, a fin de derramar la suya por Él. Lo hombres se ejercitan en el combate del siglo y consideran como una gran honra ser coronados a la vista del pueblo y en presencia del emperador. He aquí el combate sublime que tendrá por testigo a Dios, y en que la corona será entregada por el mismo Cristo. Que los soldados de Dios se pongan en marcha; que cojan sus armas los que han conservado intacta la fe; que los que cayeron se armen también para conquistar lo perdido. Que el honor excite a los unos al combate, que el arrepentimiento aliente a los otros.»

Estas frases parecían presagiar los terrores de la persecución de Valeriano, inaugurada en 257 con un decreto contra los jefes de las iglesias.

El año 257 el emperador Valeriano decreta otra persecución aun más intensa. Todo creyente que asistiera a la Santa Misa corre peligro de destierro. Los obispos y sacerdotes tienen pena de muerte celebrar una ceremonia religiosa. El año 157 decretan el destierro de Cipriano pero él sigue celebrando la misa, por lo que en el año 258 lo condenan a muerte.

Acta del juicio:
Juez: "El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite celebrar ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. ¿Ud. Qué responde?"Cipriano: "Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada día los cristianos".El 14 de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la casa del juez. Este le preguntó a Cipriano: "¿Es usted el responsable de toda esta gente?"Cipriano: "Si, lo soy".El juez: "El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses".Cipriano: "No lo haré nunca".El juez: "Píenselo bien".Cipriano: "Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan importantes mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar".El juez Valerio consultó a sus consejeros y luego de mala gana dictó esta sentencia: "Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador Valeriano y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que todo este gentío siga sus creencias religiosas, Cipriano: queda condenado a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada".Al oír la sentencia, Cipriano exclamó: "¡Gracias sean dadas a Dios!"Toda la inmensa multitud gritaba: "Que nos maten también a nosotros, junto con él", y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del martirio.Al llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como reliquias.El santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir para darle honrosa sepultura.A los pocos días murió de repente el juez Valerio. Pocas semanas después, el emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra en Persia y esclavo prisionero estuvo hasta su muerte.

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